angustia, y el trauma del haber recién nacido, durante una primera semana en la cual seexperimenta lo que llamaremos desolación, como soledad “de alguien” significativo,para distinguirla de la soledad “física”, aunque en el lenguaje habitual se las confunda. Siel estar naciendo produce esa forma del temor que llamamos angustia, el haber reciénnacido produce esa forma de la tristeza que llamamos desolación.Aunque el niño se encuentre, como sucede frecuentemente, con la madre pecho, la sentirá,en principio, como un pobre sustituto de la madre umbilical. Se trata por lo tanto de uninevitable duelo que podrá realizar mejor o peor. De allí, de cómo lo realice, derivará suposibilidad de encontrar la “salida” que la madre pecho le ofrece. Es una salida, un“rescate”, que tiene todas las características de lo que suele denominarse “salvación”.Introducimos así otro término que, junto a las ya mencionadas “maldición” y “bendición”,tiene una profunda raigambre religiosa. Pensamos que esto se debe a que la relación con el“personaje” para el cual se vive se aproxima a la experiencia de lo sagrado en su dobleconnotación angelical y demoníaca. Esquematizando mucho podemos decir que nosencontramos con dos formas de salvación: una ilusoria, constituida por la fantasía dereencontrarse con la “madre mundo” que una vez nos rodeaba, y una salvación real, queconsiste en aprender a reencontrar a la madre umbilical en esa otra madre, tan diferente,que llamamos “madre pecho”, sin la cual el niño moriría, pero a la cual sólo podrá aceptarmediante un importante proceso de duelo.La diferencia entre los mundos del feto y del recién nacido se revela cotidianamentedurante la práctica psicoterapéutica, en la cual siempre se presentará una parte de eseproceso de duelo que permanece esperando su continuación. La experiencia muestra que,por más “continente” que sea la relación con el psicoterapeuta, el encuadre de todapsicoterapia que no procure alejar al paciente de la realidad surge de un acuerdo o“contrato” decididamente “postnatal”. El “encuentro” con el psicoterapeuta requerirá delpaciente su paciencia, porque se rige, como la madre pecho, por un “reloj” distinto delque responde a las urgencias del deseo o de la necesidad. En resumen, el síndrome gripalencubre, representa y, al mismo tiempo, expresa una crisis “biográfica” que irrumpe bajo laforma de una desolación insoportable que no se llega a vivir como tal concientemente. Elsíndrome gripal que la sustituye toma su modelo de la desolación del neonato en suprimera semana, y habitualmente se cura en una semana independientemente de losmedicamentos con los cuales se trata procurando aliviar los síntomas.Los orígenes de la descomposturaLlegamos, por fin, al cuarto capítulo, surgido de la investigación que realizamos acerca delas enfermedades causadas por hongos. Los hongos pertenecen a un reino “propio”,distinto del reino vegetal. Los caracteriza su capacidad, que es la máxima conocida en elecosistema, para descomponer en sus componentes más simples las sustancias orgánicasque los rodean. En ese máximo residen las características de esa capacidad que losanimales y los vegetales no poseen. Distintos mitos testimonian que en la fantasíainconciente de los hombres los hongos suelen quedar revestidos de cualidades mágicas yomnipotentes que representan de este modo su capacidad máxima para descomponer.Reparemos en que digerir es una de las formas de descomponer. Cuando nos alimentamos,ingerimos una sustancia compleja y la descomponemos. Cuando incorporamos unaproteína animal, por ejemplo, la descomponemos en los aminoácidos que la constituyen, y140
con ellos construimos, en un proceso de síntesis, la parte de nuestra carne que se gastadurante el vivir. Hay una etapa de la vida embrionaria en la cual el organismo se alimentapor difusión y no necesita descomponer. El entorno materno le brinda entoncesdirectamente los elementos simples, de manera que lo único que el pequeño embrión tieneque hacer es usarlos para componer su propia sustancia. La expresión “quiere la papa en laboca”, aunque manifiestamente compara a un adulto con un niño dependiente que ya sealimenta con sólidos, alude a una situación cuya representación más acabada se encuentraen la etapa embrionaria (blastocística), que funciona según el modelo de una alimentaciónen la cual la asimilación se realiza sin un esfuerzo digestivo propio. Transcurrida esa etapacada uno debe realizar, para poder vivir, el esfuerzo de descomponer. Es claro que no setrata sólo de los alimentos, ya que vivir es enfrentarse con un mundo complejo en unarelación que, en distintos intervalos de tiempo, ingresa en “puntos críticos”, en dificultadesque es imprescindible procesar.En nuestro modo de abordar y superar las dificultades que se nos presentan en la vidaintervienen “las razones del corazón que la razón ignora”, pero es muy frecuente que,cuando pensamos en esas dificultades, lo hagamos en términos racionales. Las dificultadesconfiguran entonces problemas que, cuando no son “insolubles”, reclaman una solución, esdecir que tienen que ser “disueltos” o, como solemos decir, “resueltos”. Con este finanalizamos los problemas, intentamos descomponerlos en sus elementos más simples,“yendo por partes”, para luego componer (recombinando los elementos en una actividad desíntesis) una conducta que funcione de manera satisfactoria como una “respuesta” alproblema. Cuando hablamos entonces, de “descomponer” el mundo, no nos referimossolamente a la digestión de los alimentos o al proceso mediante el cual se descomponen lasideas complejas para “asimilarlas”, es decir, para que formen parte de nuestro intelecto,sino también a la capacidad para “descomponer” una dificultad material y práctica comopor ejemplo pagar una hipoteca que grava nuestra vivienda y que puede llegar apresentarse en nuestra vida como una contrariedad compleja. Corriendo el riesgo desimplificar demasiado diremos que, integrando nuestras investigaciones sobre lo hepáticocon lo que estudiamos recientemente acerca de los hongos, llegamos a comprender que unose aburre, se fastidia, se “mufa”, se “pudre” o se descompone, cuando no puede cumplircon el proceso que resumimos en la expresión “descomponer el mundo” (la palabra muffadesigna, en italiano, un hongo verde que aparece, por ejemplo, en el queso cuando no se loprotege de la humedad).Cuando, siendo ya un adulto, uno se encuentra con una dificultad que no se consideracapaz de resolver, también siente que le hace falta alguien que haga eso por uno, como yasucedió una vez, en nuestro remoto pasado embrionario, y muchas otras, durante nuestrainfancia, en las cuales sentimos la presencia de alguien que resolvía nuestra dificultades.Ese alguien “podía” y, a partir de allí, preferimos creer que existe siempre quien, más quepoderoso, es omnipotente. Alguien que si quisiera podría hacer por nosotros lo que nopodemos y que debería querer. Si eso no sucede sentimos, en primera instancia, que nospriva de algo a lo que tenemos derecho y, luego, aún peor, sentimos que nos “quita” lo quenecesitamos con la misma fuerza de la necesidad que sentimos. En otras palabras: delmismo modo en que el bebé siente que la mamá ausente, que no lo alimenta, es una madremala que lo devora con la fuerza con que el hambre devora al bebé, cuando no podemos“descomponer” una contrariedad perentoria sentimos que la dificultad nos descompone.Podemos decir entonces que, así como el trauma del nacimiento, del estar naciendo,configura el modelo de la angustia y el trauma de recién haber nacido configura el modelode la desolación, el trauma de haber tenido que salir de la etapa en que otro realizaba por141
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