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Fundación Luis Chiozza

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Por un lado, tenemos las formas artificiales e inauténticas. En la niñez, por ejemplo, soninauténticas las actividades “complementarias” de la instrucción básica, como el dibujo, lamúsica, la danza o el deporte, cuando no se integran de manera saludable y espontánea yfuncionan como una prótesis añadida, un pasatiempo que intenta ocupar al niño “mientraslos padres trabajan”. Suelen ser, en esas condiciones, actividades tan inconfortables comolo sería la obligación de caminar con zancos, y casi siempre generan en el niño unaantipatía por ellas que le durará toda la vida. Otro ejemplo de formas culturales artificialese inauténticas que configuran una pseudocultura, lo encontramos en la pintura, la cerámica,la escultura, el taller literario, la escuela de teatro, o el desarrollo de una “segundaprofesión”, cuando funcionan (frecuentemente en el ingreso a la tercera edad) intentandomitigar el fracaso de una trayectoria vital que se manifiesta como el vacío de un tiempo“que sobra”.Por otro lado, un poco más lejos esta vez de la inautenticidad, tenemos todas lasdeformaciones de la cultura que, cercanas a la buena fe, se basan en desarrollos erróneoscomo los que configuran el materialismo a ultranza, que no sólo se manifiesta en la cienciay en la tecnología, sino incluso en la tendencia hacia la apropiación de las personas con lascuales se convive; la sustitución de la competencia por la competitividad (que es una formade rivalidad malsana nacida del individualismo extremo unido al afán por un papelprotagónico); la dilución de la responsabilidad individual mediante su proyección sobre elorden social; la confusión de la autoridad con el autoritarismo, confusión que conduce adesconfiar de cualquier tipo de organización jerárquica; el endiosamiento de la juventudunido a la descalificación de la vejez y, junto con eso, la idealización de una cosméticaque, en sentido amplio, incluye a la cirugía plástica tanto como al personal trainer, en unintento ilusorio de evitar el normal proceso de envejecimiento, “comprando” en un mismoproceder juventud, belleza y tiempo. Lo esencial, en estas últimas formas de perturbacióncultural, aquello que las mancomuna, es que surgen de una distorsión en la adjudicación devalores. Deberemos ahora señalar, aunque sea brevemente, la manera en que un trastornoen la adjudicación de valores llega a configurar una verdadera enfermedad de la cultura.En el apartado anterior señalábamos que un cambio catastrófico atraviesa una zona deinestabilidad que separa dos estados relativamente estables. Reparemos en que haycambios que son deseados, otros que son necesarios y algunos que son inevitables, peroque, independientemente de esas circunstancias, frecuentemente sucede que hay cambiosque, en especial cuando son catastróficos, se presentan como resultado de un procesopenoso y difícil, de modo que una vez realizados nos dejan un recuerdo traumático. Eltraslado de la residencia a otro país puede ser un buen ejemplo de esta situación que resultatraumática porque es dolorosa y difícil. Se puede decir que precisamente el recuerdo deltrauma tiende a proteger la perduración de lo que se ha cambiado, favoreciendo suirreversibilidad. No cabe duda de que esto puede considerarse un beneficio solamentecuando el estado logrado funciona de un modo que justifica su perduración.Suele suceder que un cambio que perdura “arrastre en avalancha”, inevitablemente, unacantidad de cambios correlacionados que no habíamos previsto. Es natural pensar que loscambios más profundos, entre los que ocurren en una vida humana, llevan implícito uncambio en la significación de los “hechos”, lo cual equivale a decir que ha cambiado elinstrumento conceptual con el cual se interpreta y se organiza la comprensión de laexperiencia que se está viviendo, junto con el “de dónde venimos y hacia dónde vamos”.Cuando cambia la significación del presente que vivimos, cambia junto con ella elsignificado de nuestros recuerdos, y la importancia o el valor que asignamos a nuestros71

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