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Fundación Luis Chiozza

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EL CAMINO DE VUELTA A LA SALUDCuando la enfermedad nos aquejaRecordemos lo que decía San Agustín, “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta,lo sé; pero si quiero explicárselo a quien lo pregunta, no lo sé”. Podría decirse lo mismosobre otras muchas cosas, y entre ellas, podría decirse lo mismo sobre la salud y sobre laenfermedad. Usamos la palabra “normal” en dos sentidos diferentes. Con el significado demodelo, de norma, de patrón, de aquello que, en un cierto sentido, constituye un ideal deperfección, y también la usamos para designar lo que es habitual, el término medio, lo quemás abunda. Desde este punto de vista, si entendemos por enfermedad lo que se aparta dela norma ideal, la salud no abunda y en este último sentido no es “normal”, es normal laenfermedad. Claro que, la enfermedad, tanto sea aguda como crónica, no tiene siempre lamisma importancia, la misma trascendencia. Sufrimos algunas alteraciones, como porejemplo manchas pigmentarias en la piel, vicios de refracción óptica por los cualessolemos llevar anteojos, obturaciones en los dientes de las mermas producidas por cariesdentarias, debilidades musculares, trastornos digestivos o dificultades para conciliar elsueño, pero se trata por lo general de alteraciones que no solemos llamar enfermedades,porque en la medida en que se repiten frecuentemente, o en la medida en que convivimoscon ellas un tiempo suficiente, por costumbre les hacemos un lugar en nuestra vida. Nosafectan menos, no nos afligen tanto, o para decirlo de otro modo, ya no motivan nuestrasquejas, no nos aquejan. Sin embargo a veces, y sobre todo en la vejez, constituyenachaques, porque ya no esperamos deshacernos de ellas, y solemos utilizarlas paraachacarles la causa de malestares o de situaciones que suelen provenir de otros motivos.Cuando se trata, en cambio, por ejemplo, de una angustia que no nos deja dormir, de uninsoportable dolor de muelas, o de una hipertensión arterial que no nos animamos a dejarsin tratamiento médico, en esas circunstancias, aunque no se trate de enfermedadesnecesariamente graves, en la medida en que realmente nos alteran la vida, cuando llegan alpunto en que nos aquejan, solemos hablar de enfermedad.Para sentir que una enfermedad nos altera la vida es necesario que experimentemossíntomas (que pueden ser dolores, molestias, incapacidades y también preocupaciones) o,en su defecto, que aceptemos como cierta la noticia de que estamos enfermos, pero ademáses necesario que los síntomas o la noticia adquieran suficiente importancia (para nosotros opara las personas que más nos importan) como para obligarnos a interrumpir el cursohabitual de nuestra vida. Reparemos en que lo característico de los síntomas es que elmédico no los percibe, sino que se entera de su existencia por aquello que el paciente lerelata. Lo que el médico percibe, a partir de lo que sabe, constituye lo que denominamossignos. Los signos pueden existir sin síntomas, y cuando el enfermo se entera de suexistencia, suele ser a través de la comunicación del médico. Cuando una enfermedad nosaltera la vida, deseamos encontrar un camino de vuelta a la salud y, afligidos por esacircunstancia, solemos preguntarnos cómo llegaron las cosas a ese punto, dado que, aunqueno siempre se puede volver por el mismo camino por el cual se ha llegado, sucede que,como en las autopistas, hay algunos lugares del recorrido donde se nos otorga laoportunidad de volver.114

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