EL CAMINO DE VUELTA A LA SALUDCuando la enfermedad nos aquejaRecordemos lo que decía San Agustín, “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta,lo sé; pero si quiero explicárselo a quien lo pregunta, no lo sé”. Podría decirse lo mismosobre otras muchas cosas, y entre ellas, podría decirse lo mismo sobre la salud y sobre laenfermedad. Usamos la palabra “normal” en dos sentidos diferentes. Con el significado demodelo, de norma, de patrón, de aquello que, en un cierto sentido, constituye un ideal deperfección, y también la usamos para designar lo que es habitual, el término medio, lo quemás abunda. Desde este punto de vista, si entendemos por enfermedad lo que se aparta dela norma ideal, la salud no abunda y en este último sentido no es “normal”, es normal laenfermedad. Claro que, la enfermedad, tanto sea aguda como crónica, no tiene siempre lamisma importancia, la misma trascendencia. Sufrimos algunas alteraciones, como porejemplo manchas pigmentarias en la piel, vicios de refracción óptica por los cualessolemos llevar anteojos, obturaciones en los dientes de las mermas producidas por cariesdentarias, debilidades musculares, trastornos digestivos o dificultades para conciliar elsueño, pero se trata por lo general de alteraciones que no solemos llamar enfermedades,porque en la medida en que se repiten frecuentemente, o en la medida en que convivimoscon ellas un tiempo suficiente, por costumbre les hacemos un lugar en nuestra vida. Nosafectan menos, no nos afligen tanto, o para decirlo de otro modo, ya no motivan nuestrasquejas, no nos aquejan. Sin embargo a veces, y sobre todo en la vejez, constituyenachaques, porque ya no esperamos deshacernos de ellas, y solemos utilizarlas paraachacarles la causa de malestares o de situaciones que suelen provenir de otros motivos.Cuando se trata, en cambio, por ejemplo, de una angustia que no nos deja dormir, de uninsoportable dolor de muelas, o de una hipertensión arterial que no nos animamos a dejarsin tratamiento médico, en esas circunstancias, aunque no se trate de enfermedadesnecesariamente graves, en la medida en que realmente nos alteran la vida, cuando llegan alpunto en que nos aquejan, solemos hablar de enfermedad.Para sentir que una enfermedad nos altera la vida es necesario que experimentemossíntomas (que pueden ser dolores, molestias, incapacidades y también preocupaciones) o,en su defecto, que aceptemos como cierta la noticia de que estamos enfermos, pero ademáses necesario que los síntomas o la noticia adquieran suficiente importancia (para nosotros opara las personas que más nos importan) como para obligarnos a interrumpir el cursohabitual de nuestra vida. Reparemos en que lo característico de los síntomas es que elmédico no los percibe, sino que se entera de su existencia por aquello que el paciente lerelata. Lo que el médico percibe, a partir de lo que sabe, constituye lo que denominamossignos. Los signos pueden existir sin síntomas, y cuando el enfermo se entera de suexistencia, suele ser a través de la comunicación del médico. Cuando una enfermedad nosaltera la vida, deseamos encontrar un camino de vuelta a la salud y, afligidos por esacircunstancia, solemos preguntarnos cómo llegaron las cosas a ese punto, dado que, aunqueno siempre se puede volver por el mismo camino por el cual se ha llegado, sucede que,como en las autopistas, hay algunos lugares del recorrido donde se nos otorga laoportunidad de volver.114
¿Por qué enfermamos?La medicina ha dedicado su mayor esfuerzo a dos problemas que pueden resumirse en dospreguntas: qué sucede en la enfermedad y cómo sucede. Hay sin embargo otras dospreguntas que, si bien son muy antiguas, recién en los últimos años han pasado a formarparte de la ciencia: por qué sucede la enfermedad y para qué sucede. Admitamos que, dadoel hábito intelectual de nuestra época, fuertemente impregnado por la tecnología y elmecanicismo, las dos últimas preguntas generan cierto desconcierto, ya que llevanimplícita la idea de que la enfermedad, que casi siempre consideramos como laconsecuencia de una causa, puede ser contemplada como el producto de un propósito.Mejor que recurrir a los argumentos que pueden reforzar la proposición implícita en el porqué y el para qué de la enfermedad, nos conviene reparar en algunas situaciones que nosinvitan a pensar. Es muy raro que una persona no pueda concurrir a la ceremonia que loune en matrimonio porque en ese momento sufre una fiebre altísima que lo obliga aguardar cama. Es igualmente raro que algún conocido cantante haya tenido que suspendersu recital porque se ha quedado disfónico precisamente el día de la presentación. No suelesuceder, pero cuando alguna vez ocurre, si auscultamos en el fondo de nuestro corazón,nos damos cuenta de que sabemos que no ha sucedido por casualidad.Se trata, entonces, de introducir en el territorio de la ciencia aquello que la intuición nossugiere acerca de la enfermedad. Presente es (o está) lo que percibimos aquí. Es actual loque en nosotros actúa, ahora, de un modo que sentimos. En el presente actual estamos ysomos. También en el presente actual tenemos nostalgias y anhelos que nos llevan ainteresarnos en lo que llamamos pasado y futuro. Una cosa es lo que somos o, como sesuele decir, el punto en que estamos, y otra cosa es lo que fuimos o lo que seremos, dedónde venimos y hacia dónde vamos. Tanto Ortega como Heidegger han insistido en queesta apertura temporal, la misma que inaugura el universo del sentido, es lo que caracterizaa la conciencia humana. Reparemos en que la palabra “sentido”, sinónimo de“significado”, se usa para designar aquello que se siente y también la dirección hacia unameta. Agreguemos que la palabra pathos, que interviene en la composición de la palabra“patología”, y de la cual derivan los términos “padecer” y “pasión”, conjuga lossignificados de enfermedad, sufrimiento y sentimiento. Llegamos, de este modo, a laconclusión de que tanto la noción de tiempo como el vivir en un mundo poblado designificados (dos características del alma humana) se hallan íntimamente vinculados con laforma de sufrimiento que configura lo que denominamos enfermedad. En otras palabras: laenfermedad “vive” en un mundo “patético” que tiene sentido, en un mundo en el cual lossignificados que configuran el sufrimiento que padecemos, se encadenan en la noción detiempo para formar el drama que constituye una historia.La enfermedad es, sin duda, una alteración de la estructura y del funcionamiento de losórganos, pero también es, sin duda alguna, en sí misma una historia, un capítulo en labiografía de un hombre. Es claro que, como en el caso de las cajas chinas, “detrás” de lahistoria que el enfermo nos cuenta, se encuentran otras que prefiere ignorar. Vivimosdentro de los cinco vértices del pentágono pático que describiera Weizsaecker. Allítranscurren nuestras emociones, y también los estados afectivos duraderos que configurannuestros rasgos de carácter, que nos transforman, por ejemplo, en envidiosos, envergonzosos, en resentidos o en generosos. Allí vivimos entre lo que somos (o hacemos) ylos vértices formados por lo que queremos, debemos, podemos, tenemos permiso oestamos obligados. Cuando decimos que el hombre no es sólo lo que es, sino que también115
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