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Fundación Luis Chiozza

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Podemos decir entonces que la forma en que morimos completa la educación que lesdamos. Hay padres que mueren de una manera que, sin duda, es torturante y sádica, y otrosque en su modo de hacerlo expresan su amor por los hijos. Entre ambos extremos existencombinaciones diversas y cada una de ellas es el producto de motivos diferentes ycapacidades distintas. Hay maneras más fáciles y maneras más difíciles de morir, y cuandotenemos conciencia de que estamos muriendo, podemos aceptar mejor o peor que“soltaremos la mano” de los seres queridos que continuarán viviendo. Como ocurre en elteatro, donde muchas veces recién comprendemos el significado de una obra cuando cae eltelón, el proceso, corto o largo, que denominamos “morir” puede, como el último acto deuna vida, llevarnos a contemplarla en su conjunto de una muy diferente manera. No cabeduda, entonces, de que la forma en que los padres mueren deja profundas huellas en elmodo de sentir, en el modo de pensar y en el modo de actuar de los hijos.La evolución de la familiaHablando en términos que son esquemáticos, al mismo tiempo que la humanidaddesarrollaba una nueva concepción acerca de la existencia de los individuos y su derechode propiedad e identificaba la paternidad de los hijos, surgía la forma de convivencia quedenominamos “familia”, junto con la organización social de un Estado-nación. Tal como loseñala Levi Strauss en su libro Las estructuras elementales de parentesco, la necesidad deobtener ayuda para el cultivo de las tierras condujo a establecer lazos matrimoniales entredistintas familias que, de este modo, y engendrando muchos hijos, crecían lo suficientecomo para constituir una fuerza laboral. Así nació la llamada “familia agrícola”, que secaracterizaba por una organización en la cual, por necesidades de trabajo y de defensaterritorial, vivían en un mismo ambiente, y constituían un mismo microclima social, nosolamente padres e hijos, sino también abuelos, tíos, nietos, sobrinos, cuñados y primos.Este tipo de familia grande conviviendo dentro de un mismo predio perduró más allá de lasconcretas necesidades agrícolas, configurando vínculos parentales, costumbres y estilosque predominaban hasta hace sólo cien años atrás y que tuvieron una enorme influencia enla educación de los hijos. Podríamos decir, a manera de símbolo, que en esas familiasexistía un “sillón del abuelo” ocupado por un anciano que gracias a la conservación de susfacultades mentales y a la sabiduría adquirida era digno del respeto que le otorgaban susallegados. Creo que los abuelos y abuelas acerca de los cuales suele decirse que consienteny malcrían a los nietos, representan la deformación de una antigua e importante funciónque cumplían (a pesar de los celos de padres y madres) como mediadores, moderadores eintermediarios justos y sabios en los conflictos surgidos entre padres e hijos.Los cambios en las actividades económicas de las sociedades condujeron a que la familiaagrícola fuera progresivamente sustituida por la llamada “familia industrial”. No sóloporque los jóvenes desarrollaron, cada vez en mayor proporción, sus actividades laboralesfuera del ámbito familiar, sino también porque frecuentemente sus mejores oportunidadesde trabajo condicionaron el traslado de su residencia a ciudades más o menos lejanas desus lugares de origen. La familia industrial, a diferencia de la agrícola, ha restringido laconvivencia (en la época de “el casado casa quiere”) a una familia “tipo” constituida porun matrimonio con sus hijos pequeños, generando vínculos parentales y costumbresdiversas que influyen indudablemente en el modo de educar a los hijos. Aunque resultainquietante decirlo, existen indicios muy claros de que nos estamos acercando a una nuevatransformación de la organización social. De acuerdo con las estadísticas citadas en elprimer tomo del libro Megatendencias, publicado hace ya varias décadas, la familia típica,39

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