valores surgen de las importancias, y las importancias surgen de lo que sentimos, no debeextrañarnos que los trastornos del desarrollo afectivo contribuyan para empeorar la crisisde la moral, que se sustenta en los valores compartidos. Hay una serie de valores que formaparte de las “virtudes clásicas”: la dignidad, la distinción, la honradez, la autenticidad, laresponsabilidad, la fidelidad, la cultura y también la autoridad en cuanto capacidadtestimoniada por el hecho de haber sido autor. Nadie diría que estos valores han perdidovigencia, pero no cabe duda de que, más allá de lo que acerca de ellos se diga, cuando setrata de ejercerlos suelen ser hoy relativizados. Relativizados quiere decir aquí que se losvalora en el contexto de una situación, contrastándolos y sometiéndolos a otrasconveniencias, pensando, a menudo, sin demasiado escrúpulo, que el fin justifica losmedios. Lo mismo ocurre con valores como la libertad y la justicia, con la diferencia deque, en esos casos, se suele fingir que se los sostiene sin ningún género decondicionamiento. Hay, además, otra serie de valores, que se suelen sostener comoabsolutos: como el poder, especialmente sobre otros individuos, la posesión, sobre todo debienes materiales, el conocimiento, sobre todo científico y técnico, la supervivencia, sobretodo en términos de cantidad de años, y finalmente el triunfo y la fama. Agreguemos, eneste desconcierto cultural, lo que sucede con los roles masculino y femenino, que hancambiado su figura “clásica”, integrada en las costumbres de antaño, sin haber llegadotodavía a establecerse con un perfil nuevo que goce de un consenso ampliamentecompartido. De modo que asistimos diariamente a las mezclas más heterogéneas en lo quese establece como las mores o costumbres que constituyen la moral de una pareja, porquecada uno de sus miembros trata de conservar, de las costumbres de ayer y de hoy,solamente las que se le acomodan mejor. Así vemos, por ejemplo, que un hombre deseaque su mujer contribuya con el cincuenta por ciento a la manutención del hogar y que,además, le sirva el desayuno en la cama, mientras que su esposa desea que su marido lamantenga y que no le pida que le prepare la comida.El auge de un individualismo malsanoSin embargo, tal como antes dijimos, lo que parece ser el núcleo de cristalización de lacrisis cultural que nos aqueja es la forma malsana que el individualismo ha adquirido ennuestros días. En nombre del prestigio, del poder y de la riqueza, el individualismo nosmuestra muchas veces sus formas ruinosas, en las cuales el orgullo es sustituido por lavanidad, el amor a los hijos oculta el narcisismo excedido, el amor a la familia oculta elegoísmo, la amistad se transforma en una relación de conveniencia, el cariño, interpretadocomo una debilidad, se sustituye por la pasión, por el enamoramiento o por el intento de“poseer” a las personas que pretendidamente se ama. El reconocimiento del individuo,unido en su origen al nacimiento de la familia y al reconocimiento de la paternidad,desarrolló en sus mejores momentos formas que permitieron el desarrollo pleno de lasdisposiciones latentes que en el primitivo permanecían dormidas. Hoy nos parece tannatural sentirnos dueños de nosotros mismos que no llegamos a comprender cómo vivía elsalvaje en su tribu, el esclavo capturado o el villano de una ciudad feudal. Cabepreguntarse cómo ha ocurrido y qué ha ocurrido para que un progreso semejante hayaingresado en una zona en la cual funciona mal. La filosofía, la biología o la psicología denuestros días no suscribirían, sin discusión alguna, la idea de Hobbes de que el hombre, ensu estado natural, es “el lobo del hombre”. Tampoco subscribirían hoy sin discusión algunala idea darwiniana de que la lucha por la existencia, y la supervivencia del más apto, es loque rige la evolución biológica en el mundo natural y constituye, por lo tanto, un supremovalor. Explícita o implícitamente siempre hemos aceptado que el individuo vivo debeluchar, debe adaptarse y debe aprender a convivir. Si queremos expresarlo en la jerga de la148
psicología, deberíamos decir que un yo fuerte sabe y puede aceptar lo que le convieneaceptar y prescindir de aquello que le conviene prescindir. En resumen: la relación con losotros es, y debe ser, un producto de los intereses del yo. Pero precisamente ésa es la ideaque hoy cuestionamos. Todorov, que no es psicólogo sino que es lingüista, señala en sulibro La vida en común que la relación con “el otro” es anterior al interés y es anterior alyo. No se trata de una discusión académica, la cuestión tiene una importancia grande,porque no sucede que primero se vive y después se convive, sucede, por el contrario, quevivir es convivir, siempre, desde el comienzo de la vida y de manera ineludible. Noconvivimos a partir de lo que somos, solamente conviviendo somos, y no sólopsicológicamente, sino también biológicamente.Algunas plantas que tienen flores machos y flores hembras se reproducen gracias a lacontribución de un insecto. La flor macho deposita el polen en el dorso del insecto que va alibar el néctar, y cuando el insecto luego repite la operación en una flor hembra, lafecundación se produce. Aceptamos cosas como ésta, a la cual la naturaleza nos tieneacostumbrados, sin pensar demasiado, pero vale la pena que le prestemos un poco más deatención. Comencemos por decir que, así como la existencia del planeta Plutón fue previstapor Lowell (veinticinco años antes de su descubrimiento) trazando ecuaciones en una hojade papel, hubo un insecto que pudo ser “previsto” estudiando las características de una flor,antes de ser descubierto. Efectivamente, la forma de la corola de la flor que un insectopoliniza y la anatomía del insecto deben concordar para que los estambres de la flor machocoloquen el polen en el dorso del insecto, de donde lo recogerá el pistilo de la flor hembra.Además, la flor debe fabricar un néctar que guste y alimente a ese particular insecto, y lodebe hacer en una cantidad que no lo sacie, pues en tal caso el insecto no llevaría el polenhasta la flor hembra. Por fin, observando la corola de una flor que el ser humano ve decolor blanco, con el tipo de visión del insecto que la poliniza, se descubrieron dibujos quelo “guían” en el aterrizaje. Llegados a este punto tenemos dos caminos: insistir, forzada ytorpemente, en que el vegetal y el insecto se encontraron por casualidad, y que el vegetalacertó, por mutaciones accidentales de sus propios órganos, con los dispositivos acordescon la anatomía y la fisiología del insecto, o aceptar que ambos organismos sedesarrollaron conjuntamente, conviviendo desde antes de ser lo que ahora son, comoproducto de un plan que los trasciende y nos trasciende, integrándonos en un ecosistema.El contacto con el mundoCuando consideramos las distintas vicisitudes que configuran los trastornos psíquicos,solemos ver en la angustia un motivo fundamental. Sin embargo, a partir del estudio de lossignificados inconcientes del síndrome gripal y de las enfermedades micóticas, llegamos ala conclusión de que el sentimiento de desolación y el sentimiento de descomposturadesempeñan un papel de importancia similar. Volvamos sobre el hecho de que hay dostraumas de nacimiento, uno, que corresponde al “estar naciendo” y que produce angustia, yel otro, que deriva del “haber recién nacido” que genera el afecto que llamamos desolación.Ocupémonos ahora de repasar algunos hechos fundamentales que respaldan la importanciaque asignamos a la desolación. Durante la vida intrauterina la madre que en ese períodollamamos “umbilical” (porque el feto recibe oxígeno y alimento a través del cordónumbilical) contiene al feto, de manera que la madre, el entorno y el mundo del feto vienena ser lo mismo. El recién nacido, que se separa de su madre uterina, “pierde” con ella sumundo. Privado del sostén que el líquido amniótico le proporcionaba, siente que lagravedad lo aplasta. La temperatura intrauterina supera en unos diez centígrados a la149
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