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Fundación Luis Chiozza

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al servicio de la supervivencia. Esto último puede decirse de un modo cercano a nuestraexperiencia emocional cotidiana, afirmando, como lo hicimos ya en otras ocasiones, que lavida de uno mismo es demasiado poco como para dedicarle, por completo, nuestravida. En otras palabras: nuestra vida, privada de nuestra vocación de trascendencia,privada de su valor espiritual, no logra otorgarse a sí misma, sólidamente, un sentido.Creo que los famosos versos: “Vivir se debe la vida de tal suerte que viva quede en lamuerte”, lejos del deseo primitivo, simple, sin espesor espiritual, que se expresa comodeseo de inmortalidad, aluden precisamente al valor espiritual de la trascendencia.Cuando decimos que la vocación de trascendencia puede ser descrita como la función deun verdadero “órgano” cultural que, en cada individuo, apunta y pertenece a una vidaespiritual “comunitaria”, deseamos subrayar el hecho de que su incumplimiento, comoocurre con el incumplimiento de toda función orgánica, atenta contra el logro de undesarrollo saludable. La crisis de los valores morales que, en opinión de muchos,caracteriza a nuestra época, acerca de la cual suele decirse que es exageradamenteindividualista, materialista y prosaica, una época que idealiza el placer y considera eltrabajo como una antipática necesidad, una época que transforma la amistad en unarelación de conveniencia (para configurar lo que suele llamarse una persona“relacionada”), puede ser vista, desde este ángulo, en toda su gravedad, si la contemplamoscomo una crisis cultural que puede ser representada, metafóricamente, como el déficit deun aparato funcional orientado hacia la trascendencia. Dicho en palabras más simples: lacultura es inseparable de un desarrollo saludable. La carencia de cultura en una persona oen una comunidad configura un defecto espiritual que disminuye su posibilidad de vivir enla plenitud de su forma, y la disminuye en una medida que es proporcional a la magnitudde esa carencia.El malestar en la culturaFreud escribió un libro, El malestar en la cultura, en el cual sostiene que todo lo quedenominamos cultura se edifica sobre una renuncia a la satisfacción de las pulsiones quedeterminan los deseos. En un pequeño artículo (Sobre la conquista del fuego) afirma que elhombre primitivo accede al progreso cultural cuando logra mantener el fuego encendidorenunciando al placer de apagarlo con orina. Más allá de si parece o no verosímil que eseepisodio haya existido concretamente en el pasado, el acto indudablemente simboliza elproceso por el cual una cultura sólo puede nacer como un rodeo, indirecto y más complejo,de lo que implicaría la satisfacción de una tendencia por el camino más corto. Cuando undeseo instintivo transforma sus fines para que funcionen en beneficio de la sociedad,decimos que se ha sublimado, de modo que la cultura, en la medida en que trasciende alegoísmo del individuo, coincide, como proceso implícito en la idea de “cultivo”, con lasublimación; pero cuando la vemos como la “cosecha” de ese cultivo, es también unproducto de la sublimación.Cae por su propio peso el hecho de que las razones por las cuales se renuncia a lasatisfacción “directa” han de ser fuertes, de modo que la cultura, como el pensamientomismo, es siempre un desarrollo que nace impulsado por la necesidad de resolver unadificultad. Sostener entonces, como a veces se hace, que la cultura se opone a lasatisfacción del deseo es un malentendido que simplifica la cuestión y la conduce a lo queFreud describe como malestar en la cultura. No cabe duda de que la tradición, la religión,64

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