La separación de los hijosUna parte importante del crecimiento de nuestros hijos gira en torno al despertar de su vidagenital y de la forma en que se establecen sus relaciones con los adolescentes del sexocomplementario, al cual, dicho sea de paso, tendenciosamente se lo suele llamar “sexoopuesto”. Nuestras inquietudes en este punto oscilan entre la preocupación frente a laposibilidad de una carencia que testimonie una dificultad, o el desasosiego que acompaña ala idea de que avanzan en este terreno demasiado pronto, exponiéndose a una experienciaque los puede dañar. A veces estas dificultades reeditan preocupaciones que ya tuvimoscuando, al iniciar el jardín de infantes o la escuela, ensayaron sus primeros ejercicios deconvivencia fuera del ámbito de la familia. También nos preocupa que, llevados por surebeldía o su exasperación, establezcan, como producto de una actitud reactiva, relacionesíntimas con personas cuyo estilo de vida y sus principios se oponen a los que valoramos ennuestra familia. De más está decir que la parte más torturante de todas estas inquietudesderiva de un temor fundamental: tememos no poder estar a la altura de lo que nuestroshijos necesitan en lo que se refiere a la defensa de sus derechos o a la educación de sucarácter.Cuando nuestros hijos adolescentes se convierten en jóvenes y se aproximan a laconstitución de una pareja, nuestras preocupaciones con respecto a la posibilidad de que lohagan de una manera saludable se complican siempre con los celos y la envidia que suslogros nos producen. En la medida en que nuestros hijos crecen y nos volvemos añosos, nopodemos menos que añorar la etapa de nuestra vida que ellos nos recuerdan, y nuestrahuída del presente toma la forma de una nostalgia que nos incita al absurdo deseo de volvera vivir lo ya vivido. Tal como ha señalado Weizsaecker, posible es lo no realizado, lo yarealizado es imposible. Sin embargo, cuando ya hemos vivido muchos años y nuestrofuturo se achica, nos resulta mucho más fácil huir desde el presente hacia el pasado quehuir planificando un futuro que se nos antoja exiguo. Envidiamos la juventud, y aun laniñez, porque nos hemos olvidado de que en aquellos años también sentimos la necesidad,impaciente, de evadir el presente. Nos hemos olvidado de que nos evadíamos hacia elúnico lugar donde encontrábamos espacio, es decir, hacia un futuro, entonces largo, quenos gustaba imaginar promisorio. También nos hemos olvidado de que, en aquellos añosen que teníamos la incertidumbre de los que nos depararía el mañana, envidiábamos a laspersonas “hechas” que, según pensábamos, disponían de un pasado exitoso y vivíansólidamente aferradas a los proyectos logrados.El crecimiento de los hijos conduce siempre, como es natural, a un cambio que muchasveces se llama “separación” de los hijos precisamente porque, como padres, sentimos lanueva distancia como una dolorosa pérdida. En la medida en que nuestros hijos crecenotras personas influyen cada vez más en la manera en que viven, y esto algunas veces nospreocupa o nos duele a pesar de que sabemos, como hijos adultos, que la figura de nuestrospadres nunca ha dejado de tener una enorme influencia en nuestra vida.Así como el niño pequeño necesita de un entorno que no se encuentre plagado de objetosque no puede o no debe tocar, un hijo que crece y establece una nueva distancia necesitaque el encuadre afectivo que su familia le ofrece evolucione junto con él. Es cierto quepadres y hermanos tienen muchas veces necesidades propias que no armonizan con las delhijo que ha superado una etapa, pero cuando no se logra una transacción adecuada y se36
opta por negar o avasallar las necesidades o los derechos de alguno de los miembros de lafamilia, la situación en definitiva empeora. El hijo que, en virtud de su desarrollo, estableceuna nueva distancia podrá hacerlo mejor en la medida en que sienta que sus padres nosufren el síndrome del nido vacío, y que los sienta capaces de reacomodar sus vidasllenando, con actividades e intereses propios, el espacio que su distancia produce.El casamiento del último hijo suele ser la situación más típica. No se trata de cancelar todocuanto del hijo quedaba en la casa, pero tampoco ayuda dejar su habitación de soltero, contodas sus cosas, dispuesta como si todos los días la usara. Se trata de una etapa, en la vidade los padres, que exige la particular valentía de aceptar un duelo difícil frente a un cambioinevitable que no puede ser negado sin consecuencias peores. Es un cambio que llevaimplícita una reelaboración de valores, y no sólo de los valores que tienen que ver con larelación con los hijos, sino sobre todo los que atañen a una nueva forma de vida de lospadres y al desarrollo de proyectos genuinos, ya que no basta con el intento torpe que sesustancia en planificar urgentemente entretenimientos superficiales que son ficticios einoperantes.Nos encontramos frente a lo que también se ha llamado el desprendimiento de los hijos. Escierto que este desprendimiento implica un duelo por la paternidad o la maternidad queahora debe ser “compartida” con las influencias de un entorno social que frecuentementesustenta ideas y valores que no siempre compartimos. Pero en este punto hay también ungran malentendido. Ayudar a los hijos solteros para que se vayan a vivir solos lo máspronto posible constituye una práctica funesta que, lamentablemente, tiene hoy demasiadoconsenso. La situación es doblemente dañina cuando obedece al intento, frecuentementeinútil, de resolver de una manera cómoda los conflictos que nacieron en la convivencia.Una cosa es que los hijos se desprendan de manera natural de algunas influenciasfamiliares y otra muy distinta es que los padres, apoyándose en la idea de que debenotorgarles libertad, declinen su responsabilidad disminuyendo el contacto y renunciando atransmitirles sus enseñanzas hasta donde alcancen sus fuerzas y su capacidad.Vale la pena recordar aquí que el ser humano nace “indefenso” e “incompleto”, es decir,que necesita de un prolongado período de inclusión en la familia para completar eldesarrollo que otras especies realizan en el útero o en una vida independiente y,precisamente por esto, su apertura al aprendizaje y su posibilidad de desarrollo es mayor. Apartir de esta idea cabe decir que los padres tienen el deber de intentar mantener el interésde sus hijos a fin de poder transmitirles auténticamente lo que han aprendido en la vida. Notodos los padres disponen de un mismo bagaje, y en las condiciones mejores eso influye enel tiempo, mayor o menor, que un hijo tardará en “desprenderse”, pero lo que más importano es la magnitud de experiencia que los padres, como dote cultural, están en condicionesde transmitir a sus hijos, sino su voluntad de hacerlo lo más completamente posible, sinceder a la tentación que, frente a un hijo rival y rebelde, susurra en el oído del padre: “quese arregle solo”.Un niño cuyos padres han evolucionado poco en lo que respecta a su comprensión acercade los valores de la sociedad, la civilización y la cultura, un niño que, por ejemplo, escriado en lo que suele llamarse una familia “simple y humilde”, adopta más pronto, si nointerfieren factores neuróticos de diversa índole, la condición de adulto, ya que puedecompletar en un tiempo breve la cantidad de aprendizaje que sus progenitores pueden37
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