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Fundación Luis Chiozza

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surge porque el sufrimiento actual se transforma en el temor a una vejez en ruinas o a laincertidumbre de una forma de morir que no ha sido elegida. Comprender que el duelo seinicia con la actualidad de un dolor y frente a una presencia a la cual se atribuye esesufrimiento, nos permite comprender también la trampa que suele ocultarse en aquellassituaciones que se experimentan como la necesidad de postergar una decisión que es difícilporque sus alternativas son igualmente dolorosas. El autoengaño consiste, en esos casos, enpensar que se puede evitar un duelo que la actualidad produce, suponiendo que el tiempopermitirá que alguna de las alternativas pueda elegirse sin necesidad de duelar.¿Cuál es el secreto que la muerte oculta?Comenzamos este capítulo diciendo que la muerte no es la muerte de la vida. La vidaprosigue su camino. Lo que muere, según se suele pensar, es la vida de uno. Tambiéndijimos que la muerte, cuando acaba de sucederle a uno, cuando por fin ocurre, es unacontecimiento que, dado que uno ya no existe entonces, no podrá experimentar jamás.Sabemos que uno muere porque hemos visto que otros que son seres vivos “como uno”,siempre finalmente mueren. Conocemos la muerte “desde afuera”, la muerte percibida, unamuerte que no podemos sentir como nuestra, porque lo que llamamos “sensación” demuerte (ya lo hemos dicho) se construye con otras sensaciones que no pertenecen a lamuerte, como el desmayo de una descompostura o, en el peor de los casos, pertenecen auna agonía que precede a la muerte, que ocurre dentro de la vida y que a veces se sufre sinmorir. Necesitamos reflexionar ahora acerca de lo que entendemos por la muerte de uno,de la cual también hemos dicho que es personal y propia.Nuestra observación de las personas que hemos visto morir nos deja pocas dudas acerca deque, cuando uno se muere, lo que muere es aquello que denominamos “yo”, porque todocuanto queda fuera de ese territorio “yoico”, las ideas, las obras, los conocimientos, lashistorias, los valores, que pensamos nuestros, y también nuestros instintos, son nuestros enla medida en que existimos como alguien que se siente “yo”. Lejos de desaparecer cuandomorimos, dejarán de ser nuestros, pero continuarán existiendo, y se vincularán, a lo sumo,con un nombre que se usa para aludir a nuestra anterior identidad. La idea de que nuestroyo desaparezca duele y, según lo hemos visto, también engendra temor, un temor quevinculamos con multitud de sentimientos, como el dolor de la mutilación, la claustrofobia,el abandono o los terrores del aislamiento y de la oscuridad. También hemos visto que loque se teme representa, en un tiempo que llamamos futuro, los dolores que atenazannuestra vida actual. ¿Cuál puede ser, entonces, ese dolor que ya sentimos y querepresentamos con la desaparición de aquello que llamamos “yo”? ¿Cuál es el secreto quela muerte, con su misterio, oculta detrás de su careta horrible?Nuestra imagen acerca de nosotros mismos, que llamamos “yo”, se constituye, según loque hemos comprendido, de tres maneras distintas, a partir de los distintos esquemas depensamiento que configuran la inteligencia humana. El hombre primitivo, y el niño muypequeño construyen el mapa de su yo, lo que llamamos su self, siguiendo las leyes delpensamiento mágico, acordes con lo que el psicoanálisis considera el proceso primario,centrado en la condensación y el desplazamiento de la importancia. Es el self que Freuddenominaba “yo de placer puro”, porque incluye todo lo que le da placer y excluye lo quele disgusta. El desarrollo del pensamiento lógico, que corresponde al proceso secundario,dirigido a establecer las razones, que son diferencias, constituye un self que en cada serhumano testimonia su grado de contacto con lo que el consenso llama realidad. Por fin, laadquisición de un proceso terciario, nacido en la amalgama del primario con el secundario,conducirá a un self fluctuante, que se dilata y se contrae cambiando permanentemente la97

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