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Fundación Luis Chiozza

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que funciona cada vez en condiciones peores.El dolor que vale la pena que ocasionaReparemos ahora en que vivir sin sufrir es una utopía y en que ni la filosofía ni lapsicoterapia pueden prometernos la felicidad, sino que podrán, a lo sumo, ayudarnos asustituir el sufrimiento neurótico por el sufrimiento que es normal en la vida. Reparemostambién en que, frente a los sufrimientos que no valen la pena que ocasionan, existen otrosque, como el proceso de duelo, valen más que esa pena, porque retribuyen el dolor sufridogenerando a la postre un bienestar genuino. Podemos preguntarnos ahora cómo funciona elduelo en el esquema anterior, en el cual los recuerdos y proyectos adquieren un desarrollomaníaco, paranoico o melancólico. Si admitimos que, en el transcurso de la vida, algunasexperiencias traumáticas serán por fuerza inevitables, debemos reparar en que es necesariocuidarse de sus consecuencias, dado que las experiencias traumáticas tienden a inhibirproyectos realizables, a sustituirlos por proyectos pusilánimes negando que no seránsatisfactorios, a concebir proyectos compensatorios y grandiosos negando que seránirrealizables, o a refugiarnos en una nostalgia melancólica que se justificará en laenfermedad o en una pretendida injusticia. Producido el fracaso al cual conducen lasvicisitudes señaladas, se ponen en movimiento, nuevamente, otras posibilidades. Cuandose experimentan sentimientos de culpa muy intensos, que operan como una “falta” quedisminuye peligrosamente la autoestima, es difícil el duelo. Suele recurrirse entonces a unanegación de las verdaderas circunstancias del fracaso, y la negación conduce a nuevosproyectos irrealizables que agravan la situación en un círculo vicioso. Cuando en lugar decaminar, estamos parados obstruyendo nuestro propio camino, cuando nos hemosenajenado, cuando nos hemos “sacado” fuera de nuestro lugar, parece que el destino o lamala suerte se ensañaran con uno, porque nos llegan, abundantemente, cosas que nos hacenmal, ya que las otras, las que nos corresponden (“nuestra correspondencia”), sólo podránllegar cuando ocupemos “nuestro domicilio”. En cambio, cuando el duelo se realiza,asignando un significado nuevo a la experiencia que nos traumatiza, la recuperaciónfunciona. La capacidad de sobreponerse a los avatares de la vida, conservando orecuperando el bienestar, parece ser un producto “exclusivo” de la capacidad de duelo. Esacapacidad, como ocurre con todas las demás capacidades, podrá aumentarse en el curso dela vida como producto de un entrenamiento que, cuando funciona bien, comienza en la mástierna infancia, pero también puede disminuirse por obra de un desuso que la inhibeprogresivamente, acumulando una tarea irrealizada cada vez más difícil. Llegamos a laconclusión de que las experiencias traumáticas, que son en la vida inevitables, nos hieren,nos duelen y nos exigen duelos, y que los duelos sanan las heridas. Nos damos cuenta deque los recuerdos, cuando representan y reactualizan auténticamente una carencia actual,dan un sentido saludable a nuestra vida, un sentido que se manifiesta en proyectosadecuados que son realizables. Nos damos cuenta, también, de que hay proyectosmalsanos, porque encubren recuerdos auténticos (que reactualizan y representan lacarencia actual), porque sustituyen a los proyectos adecuados (que satisfarían esa carencia)o porque encubren los fracasos que no son duelados.Recordemos lo que dice el Prometeo de Esquilo: “fui el primero en distinguir, entre lossueños, los que han de convertirse en realidad”. ¿No señala acaso la suprema sabiduría queconsiste en evaluar, cuando se abraza un proyecto, cuál será la posibilidad de realizarlo?Encontramos lo contrario en Calderón de la Barca, cuando escribe que la vida es sueño yque los sueños, sueños son, afirmando que la vida transcurre en un “sueño” que en algo se130

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