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Fundación Luis Chiozza

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vivimos cuando, al percibir el mundo del entorno, siempre estamos, por más que nosmovamos, ocupando su centro, que viaja con nosotros. La adquisición (lenta) de unaidentidad “yoica”, fue primero espacial y corporal. Luego, más lentamente todavía, fuetemporal y “mental”, configurando una invariancia que persiste a través del recuerdo, y deldeseo (o del temor), que inauguran (con la noción de ausencia en el presente) el pasado y elfuturo. Así, y entonces, se origina el héroe cultural individual, cuyo paradigma mítico esPrometeo, y nacen los sentimientos de una culpa “propia”, sentimientos que, funcionandocomo un tabú inconciente, intensifican el miedo al futuro. Junto con ellos surge la nociónde un decurso temporal irreversible, que marcha en una sola dirección, generando unahistoria que será cronológica, abierta linealmente a un desconocido futuro.La importancia de la cultura agrícola, como proceso que representa la iniciación conjuntade la cultura y de la dimensión temporal, una cultura para la cual “atender” llevabaimplícito esperar, surge con claridad cuando reparamos en expresiones que hanpermanecido a través de los años, como aquella que trasmite, por ejemplo, la idea de quehay que labrarse un futuro. También es importante recordar que los ritos dirigidos apropiciar la fertilidad, asociados al ejercicio de una genitalidad que adquiere el valorsacramental de un acto mágico, funcionaron, cuando operaba la noción de un tiemporecurrente, no sólo como un modo de mejorar las cosechas sino también como una formade sobrevivir renaciendo.En el mundo mágico del agricultor primitivo, el tiempo (circular o cíclico) retorna, comolas estaciones, en un modo sempiterno. Es testimonio de esa concepción del tiempo lamagnífica expresión lingüística, habitual en los cuentos infantiles, que existe en variosidiomas: “érase una vez” (“once upon a time”, “c’era una volta”, “il était une fois”),porque queda en ella claro que se trata de una vez que, siendo entre otras “una”, es siempreeternamente igual. En el mundo del hombre racional, cuyo pensamiento establece juicioslógicos que funcionan binariamente en la férrea alternativa de ser o no ser esto o aquello, elcírculo temporal se abre en una línea cronológica que catapulta el futuro al infinito. En esefuturo amplificado sobrevivir es acumular el alimento, apropiarse “yoicamente” de esemaná que da vida. No cabe duda de que un excedente en la cosecha primero y unexcedente en el dinero (más fácilmente acumulable) después nutrieron la fantasía de“comprar” el tiempo de una vida futura con el “supremo” poder del dinero excedente.Tampoco cabe duda de que se trata de una fantasía que en nuestros días perdura encubiertaen la idea (“invertida”) de que el tiempo es oro. El pensamiento racional, en su espléndidodesarrollo, condujo a que la antigua magia se bifurcara en dos terrenos: el de la religión yel de la ciencia. Hoy, cuando la lógica, completando su periplo adquiere (en la formarigurosa de la formulación matemática) conciencia de sus propios límites, cobra valor lasentencia de Goethe: “el que tiene arte y ciencia tiene religión”. Son ya numerosos losautores que sostienen, desde diversos campos, que el pensamiento mágico no puede sercompletamente sustituido por el pensamiento lógico. El primero transporta lo quedenominamos importancia, y el segundo establece diferencias. Ambos procesos, que Freuddenominaba respectivamente primario y secundario, funcionan al unísono en losrendimientos de la cultura humana, dando lugar al ingenio creativo que, como un procesoterciario, se revela muy claramente en el arte. En la amalgama “terciaria” de ambosprocesos surge también una nueva y diferente concepción del tiempo como un presenteque es siempre atemporal. No solamente Kant, sino también Ortega y Freud, hanseñalado, con distintas palabras, que el hombre no vive en el tiempo cronológico delproceso secundario, recorriendo un “camino” interminable que va desde el pasado hacia elfuturo. Muy por el contrario, es el tiempo el que vive en el alma del hombre, como una67

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