acompaña a la ruina o como el placer del estar en forma, que son más duraderos. Estaexperiencia es la que nos da el buen motivo, el motivo sano, que vale la pena, para afrontarel dolor o para postergar el placer. Cuando sentimos que, paso a paso, nuestra vidaempeora, se nos aparece la pregunta: ¿cómo vivir la vida? No existe ningún mapa pararecorrer el futuro, pero hay situaciones típicas, que siempre se repiten. La experiencia nosdeja, a veces, una enseñanza que puede funcionar, automáticamente, como una manera deser o puede vivir dentro de nosotros como un conjunto de normas que procuramos seguir.También es cierto que, cuando no podemos realizar nuestros deseos, recaemos muchasveces en los mismos errores porque rechazamos lo que nos dice el juicio, la percepción o lamemoria. No es posible construir un sistema para alcanzar la plenitud de la vida. No existeun manual de procedimientos o un mapa que nos señale el camino para vivir la vida.Apenas podremos compaginar algunas de las normas y lemas que surgen de lassituaciones, repetidas, en las cuales solemos caer en la tentación de las soluciones erróneas.El hombre ha utilizado desde antiguo su relación con el mar para representar las vicisitudesde su vida. Palabras tales como “aventura”, que por su origen significa entregar la vida alazar de los vientos, o “derrota”, que señala la magnitud del ángulo que separa el rumbo alcual se apunta la proa, de la ruta efectivamente realizada, sólo son dos muestras elocuentesde la utilización abundante, muchas veces inconciente, de la metáfora náutica. Es un tipode metáfora que conserva, en la zona de penumbra de la conciencia, una riqueza de maticesvivenciales que se prestan especialmente para representar, bajo la forma de un decálogopara el marino, un conjunto de lemas que pretenden acercarnos a la siempre inalcanzablemanera “completamente buena” de vivir la vida. Al escribir así, en el modo de un decálogopara el marino, las experiencias que hemos adquirido, mediante los procesos depensamiento, durante el ejercicio de la psicoterapia, gozamos de una ventaja y sufrimosuna dificultad. La ventaja consiste en el carácter concreto, sucinto y ordenador, propio deun decálogo, posible en este caso gracias a la riqueza simbólica de la metáfora náutica. Lasresonancias de esa metáfora, al modo de los armónicos de un piano, amplían lasignificación con redundancias inconcientes. La dificultad radica en que es muy difícilevitar en un decálogo que el discurso, inclinándose sin cesar hacia el lado del deber,adquiera indeseadamente el tono grandilocuente, y la simplificación de la ética, queencontramos en las máximas de calendario. Espero que el lector pueda pasar por alto laparte de ese defecto que no pude evitar, y disfrute de este decálogo que hace ya algunosaños nació bajo la forma traviesa de un juego placentero.1- Es necesario aligerar la carga para realizar un buen camino.Cada objeto que se adquiere constituye una carga que debemos mantener, cuidar ytransportar. Por este motivo es necesario saber lo que uno quiere y valorar también lasventajas de cada renuncia. La impedimenta que traba los movimientos del soldado seconstituye precisamente con los pertrechos que transporta. En el terreno de la vida, comoseñala Bateson, el óptimo no coincide con el máximo, aunque se trate de agua, azúcar odinero. El óptimo surge del equilibrio entre la capacidad de encontrar, adquirir y mantener,por un lado; y la capacidad de utilizar, desechar y regalar, por el otro.Algo análogo ocurre con los vínculos que se dan entre personas. Cada uno de ellos, desdeque se establece, evoluciona hacia una forma creativa o destructiva. Hay vínculos que sebuscan como una fuente ilusoria de una seguridad que no existe, o como el paliativo de unasoledad que se experimenta como desolación, porque se confunde con el desamparo.166
También se buscan a veces como una manera de sostener la autoestima que en otrosterrenos se ha perdido o, por el contrario, porque los usamos para atribuirles la causa denuestros fracasos. Hay vínculos que se mantienen por el peso de una obligación ficticia quehunde sus raíces en motivos inconcientes que no podemos contrariar sin sufrir. Otros semantienen porque sentimos que algunas personas pueden otorgarnos la benevolencia deldestino, o como una forma de acumular, frente al futuro y mediante nuestro sacrificio, uncrédito exigible, pensando que el porvenir deberá pagar la deuda tratándonos “como esdebido”.Existen, para bien, situaciones en las cuales se elige en la libertad de un deseo genuino,que no sólo admite las condiciones del encuentro, sino que también vive en el presente,más allá de la queja, el reproche y la culpa, sin pre-ocuparse por la posible separación delos destinos. Cuando una convivencia íntima y estrecha se da en esas circunstancias,engendra un espacio, intuido y anhelado, pero a la vez inesperadamente novedoso, dondese potencian las virtudes y las semillas germinan. La experiencia muestra, sin embargo,que el acoplamiento de las vidas, sea breve o prolongado, no es gratuito, ya que generacomo la vida misma, sus propias y nuevas impurezas que es necesario purgar. El campo detoda relación tiende a saturarse con creencias y juicios lapidarios que no podrán removersesin violencia, porque en el pasado fueron sepultados bajo una capa de dolor. Cuando lasvidas se acoplan, aunque sea por un corto tiempo, modifican siempre sus primitivastrayectorias, y el impulso que las mueve se transfiere de una a otra de manera muchasveces desigual. Es necesario entonces enfrentar la sorpresa y realizar un duelo, que sepresenta como añoranza de los antiguos y acostumbrados caminos, por el encuentro conuna nueva distribución de las fuerzas.2- Hay que estimar la derrota y volver a trazar el rumbo cada díaDado que la confianza en el porvenir surge del bienestar actual, se nos impone comoconclusión que sólo si estamos dispuestos a ocuparnos ahora del futuro, sin demorarnoscon preocupaciones, y a responder hoy sobre el pasado, sin escudarnos en arrepentimientosque nada reparan, podemos vivir plenamente el presente, atrapando, entre la nostalgia y elanhelo, la magia del instante. La utilidad material, cuantificable, racionalmente concebidaen la teoría o en la práctica, no es el único valor. Al bienestar también nos acercan otrosdesarrollos que son afectivos o espirituales. El equilibrio de nuestra salud no sólo depende,por lo tanto, de la lucidez de nuestro cerebro o de la capacidad de nuestro hígado, sinotambién de la sensibilidad de nuestro corazón.Probablemente el panorama de mañana será tan distinto del que hoy prevemos comodifiere el mundo de hoy del que imaginábamos ayer. Sabemos que nada permanece igual, yque los valores que adquieren consenso cambian según el signo de los tiempos. Nosasombra, sin embargo, no encontrar lo que hoy buscamos en el lugar donde estaba ayer.Aprendimos que en un mundo complejo que rápidamente se transforma los proyectoslineales son inadecuados, y que aquello que nos proponemos “entre ceja y ceja” cobrará denuestra vida un alto precio. El curso de una vida no se presenta como un camino recto; separece más a un laberinto con calles sin salida y senderos que sólo se abren al pasar porellos. Sólo podemos encontrarnos en algún punto deseado si adquirimos la capacidad derecorrer trayectorias curvas, quebradas y complejas, buscándole las vueltas al camino.167
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