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Fundación Luis Chiozza

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aunque muchas veces intentamos usarlos, no logramos creer en su vigencia, hasta el puntoen que quedan convertidos en palabras privadas de significancia. La ética, que seconstituye como un orden jerárquico en los grados de significancia, compartido porun conjunto humano, se convierte, en la crisis, en una materia opinable. Cada cual se veforzado entonces a formarse una ética distinta por su cuenta y riesgo, negando que elmeollo del asunto resida precisamente en que la ética, sea cual fuere, sólo funciona comotal en la medida en que llega a ser compartida. En el caótico maremágnum constituido porlas normas contradictorias que sustenta el actual relativismo en los juicios de valor, ladificultad de nuestro hablar arrecia y la tentación de evitar los disgustos nos conduce aperfeccionar un hablar que se propone decir lo menos posible.Las formas del malentendidoLa primera forma del malentendido, con la cual procuro evitar el disgusto que me producelo que oigo, aunque se trate de algo que ignoro, aunque se trate de algo que me convienesaber, es pensar que me han dicho lo mismo que yo, previamente, ya pensaba. La segundaforma consiste en pensar que me han dicho algo completamente inadmisible, que ademáses exactamente lo contrario de lo que pienso yo, de modo que se justifica mi rechazo de loque estoy oyendo. La tercera forma es atribuir a lo que oigo un significado nuevo, distintode lo que previamente pensaba, pero distinto también del significado que posee en suorigen lo que acabo de oír. El hecho de que el significado atribuido sea peor o mejor que elsignificado original del enunciado malentendido no hace a la cuestión. Lo que decimosquedará posiblemente más claro si construimos un ejemplo acerca de cómo estas tresformas del malentender podrían manifestarse frente a la interpretación de unpsicoterapeuta. Imaginemos un paciente que durante las horas de trabajo ha tenido unconflicto con su jefe y está pensando en renunciar. Imaginamos también que supsicoterapeuta le interpreta que es posible que se haya peleado con su jefe porque tal vez seha sentido humillado o disminuido por las dificultades que experimenta para terminar elbalance que le han encomendado y el conflicto con el jefe le permite evitar enfrentarse conesa cuestión que siente extremadamente dolorosa. Imaginemos, por fin, que lainterpretación (que aludiría, además, de modo indirecto, a la situación transferencial) esacertada y veamos cómo podrían funcionar las tres formas del malentendido. En la primeraforma, podría suceder que en la sesión siguiente el paciente, ante la sorpresa delpsicoterapeuta, dijera: “me alivió que usted pensara como yo y renuncié a mi empleo”. Enla segunda forma, podría suceder que el paciente dijera: “¿así que usted no quiere querenuncie?”, y pensara: “no me tengo que someter, tengo que renunciar”. La terceraconduciría a que el paciente pensara: “usted tiene razón, para renunciar tengo que esperar aterminar con el balance”. Esas tres formas de malentendido, que hemos ejemplificado contres respuestas diferentes frente a una misma interpretación psicoanalítica, ocurren conmayor frecuencia en la cotidiana interlocución entre personas, fuera de la psicoterapia. Sonespecialmente importantes en los diálogos entre los distintos estamentos sociales, queforman parte de la política, y contrariamente a lo que sería deseable, intervienenfrecuentemente en las discusiones científicas, ya que la ciencia tiene también su propiaTorre de Babel.El malentendido constituye siempre un desencuentro en un terreno que suele quedarrepresentado por el corazón, porque el malentendido es, en lo fundamental, unadiscordancia de sentido que no es indiferente, sino que, por el contrario, “afecta” como unsentir diferente. El afecto constituye, además, uno de los motivos principales del111

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