Sobre los modos del decirEste tema nos conduce a otro que es fundamental para profundizar en las circunstancias delmalentendido. Se trata de las diferencias entre los significados directo e indirecto. Sialguien dijera, por ejemplo, “¿me podrías pedir un vaso de agua?” y se le contestara “sí,podría”, sin más, se le habría contestado de una manera absurda, rigiéndose por el sentidodirecto, que casi nunca significa lo importante. Es evidente que la frase, en ese contexto,significa, de una manera indirecta, que se supone más cortés: “por favor, pide un vaso deagua para mí”. El sentido indirecto requiere, pues, una interpretación más compleja que elsentido directo; tanto es así que cuando aprendemos un idioma diferente del nuestro,precisamente en este punto solemos confundirnos. La dificultad no reside, sin embargo, enlas interpretaciones indirectas que forman parte de los diálogos habituales, sino eninterpretar las situaciones, más sutiles, en las cuales la enunciación indirecta, generalmenteimprovisada y no siempre conciente, procura generar ambigüedad. Esa ambigüedad puedebuscarse para sostener la irresponsabilidad del hablante o también como un intento deatemperar la intolerancia del oyente. Algo semejante, aunque mucho más evidente, sucedecuando, en lugar de simplemente decir, se formula el enunciado diciendo, por ejemplo, “yodiría que este enfermo padece una tuberculosis”; queda entonces, prudentemente implícito:“si no fuera porque prefiero no comprometerme”. Otra forma similar, que se ha puesto demoda en los informes de laboratorio que solicita el médico, es “la imagen es compatiblecon”.La posibilidad de buscar permanentemente un sentido indirecto en el directo conduce,como ha señalado Todorov, a tener que decidir hasta dónde interpretar, so pena de incurriren una interpretación que se aproxime al delirio. Su respuesta parece convincente, sostieneque la interpretación debe comenzar cuando exista una incoherencia en el sentido, y debecesar cuando se restablece la congruencia. Cuando hablamos sucede que, aunque digamoscosas ciertas, el sentido de nuestro hablar no se comprende hasta que no se alcance launidad elemental de la significación que constituye el enunciado. Esto podemosejemplificarlo pensando que el que escucha nuestro discurso se pregunta, implícita ycontinuadamente “¿y?” hasta que, una vez completo el enunciado surge en su ánimo laexpresión “¡ah!”. El enunciado, tal como lo hemos definido aquí, es lo que se dice, perodebemos aclarar ahora que hay dos formas esquemáticas que configuran dos modosfundamentales del decir. Uno es decir cosas que no vienen al caso, el otro decir lo que hacefalta decir. Característico del primer modo en su estado “puro” es decir cosas ciertas enforma directa. Característico del segundo, también en su pureza extrema, es decir conacierto y en forma indirecta. Si tenemos en cuenta que lo que hace falta decir es lo únicoimportante, lo que tiene significancia, lo que cualifica el instante que se está viviendo yconduce a lo que llamamos encuentro, llegamos a la conclusión de que la interpretaciónacertada del sentido indirecto es el centro de toda interlocución bien lograda. Lainterpretación psicoanalítica se construye, cuando funciona bien, dentro de esosparámetros.Las importancias derivan, como ya dijimos, de los afectos. Los valores, fuente de la ética yde la moral, se constituyen, a su vez, a partir de las importancias que asignamos a las cosasy a sus circunstancias. No es un secreto que, en nuestros días, vivimos inmersos en unacrisis axiológica, porque logramos muy poco acuerdo en lo que respecta a cuáles son losvalores. Hemos perdido fe en los valores de antaño y en los juicios de valor que losfundamentaban. Frecuentemente sentimos que se trata de valores que ya “no funcionan”, y110
aunque muchas veces intentamos usarlos, no logramos creer en su vigencia, hasta el puntoen que quedan convertidos en palabras privadas de significancia. La ética, que seconstituye como un orden jerárquico en los grados de significancia, compartido porun conjunto humano, se convierte, en la crisis, en una materia opinable. Cada cual se veforzado entonces a formarse una ética distinta por su cuenta y riesgo, negando que elmeollo del asunto resida precisamente en que la ética, sea cual fuere, sólo funciona comotal en la medida en que llega a ser compartida. En el caótico maremágnum constituido porlas normas contradictorias que sustenta el actual relativismo en los juicios de valor, ladificultad de nuestro hablar arrecia y la tentación de evitar los disgustos nos conduce aperfeccionar un hablar que se propone decir lo menos posible.Las formas del malentendidoLa primera forma del malentendido, con la cual procuro evitar el disgusto que me producelo que oigo, aunque se trate de algo que ignoro, aunque se trate de algo que me convienesaber, es pensar que me han dicho lo mismo que yo, previamente, ya pensaba. La segundaforma consiste en pensar que me han dicho algo completamente inadmisible, que ademáses exactamente lo contrario de lo que pienso yo, de modo que se justifica mi rechazo de loque estoy oyendo. La tercera forma es atribuir a lo que oigo un significado nuevo, distintode lo que previamente pensaba, pero distinto también del significado que posee en suorigen lo que acabo de oír. El hecho de que el significado atribuido sea peor o mejor que elsignificado original del enunciado malentendido no hace a la cuestión. Lo que decimosquedará posiblemente más claro si construimos un ejemplo acerca de cómo estas tresformas del malentender podrían manifestarse frente a la interpretación de unpsicoterapeuta. Imaginemos un paciente que durante las horas de trabajo ha tenido unconflicto con su jefe y está pensando en renunciar. Imaginamos también que supsicoterapeuta le interpreta que es posible que se haya peleado con su jefe porque tal vez seha sentido humillado o disminuido por las dificultades que experimenta para terminar elbalance que le han encomendado y el conflicto con el jefe le permite evitar enfrentarse conesa cuestión que siente extremadamente dolorosa. Imaginemos, por fin, que lainterpretación (que aludiría, además, de modo indirecto, a la situación transferencial) esacertada y veamos cómo podrían funcionar las tres formas del malentendido. En la primeraforma, podría suceder que en la sesión siguiente el paciente, ante la sorpresa delpsicoterapeuta, dijera: “me alivió que usted pensara como yo y renuncié a mi empleo”. Enla segunda forma, podría suceder que el paciente dijera: “¿así que usted no quiere querenuncie?”, y pensara: “no me tengo que someter, tengo que renunciar”. La terceraconduciría a que el paciente pensara: “usted tiene razón, para renunciar tengo que esperar aterminar con el balance”. Esas tres formas de malentendido, que hemos ejemplificado contres respuestas diferentes frente a una misma interpretación psicoanalítica, ocurren conmayor frecuencia en la cotidiana interlocución entre personas, fuera de la psicoterapia. Sonespecialmente importantes en los diálogos entre los distintos estamentos sociales, queforman parte de la política, y contrariamente a lo que sería deseable, intervienenfrecuentemente en las discusiones científicas, ya que la ciencia tiene también su propiaTorre de Babel.El malentendido constituye siempre un desencuentro en un terreno que suele quedarrepresentado por el corazón, porque el malentendido es, en lo fundamental, unadiscordancia de sentido que no es indiferente, sino que, por el contrario, “afecta” como unsentir diferente. El afecto constituye, además, uno de los motivos principales del111
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