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Fundación Luis Chiozza

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Sobre los modos del decirEste tema nos conduce a otro que es fundamental para profundizar en las circunstancias delmalentendido. Se trata de las diferencias entre los significados directo e indirecto. Sialguien dijera, por ejemplo, “¿me podrías pedir un vaso de agua?” y se le contestara “sí,podría”, sin más, se le habría contestado de una manera absurda, rigiéndose por el sentidodirecto, que casi nunca significa lo importante. Es evidente que la frase, en ese contexto,significa, de una manera indirecta, que se supone más cortés: “por favor, pide un vaso deagua para mí”. El sentido indirecto requiere, pues, una interpretación más compleja que elsentido directo; tanto es así que cuando aprendemos un idioma diferente del nuestro,precisamente en este punto solemos confundirnos. La dificultad no reside, sin embargo, enlas interpretaciones indirectas que forman parte de los diálogos habituales, sino eninterpretar las situaciones, más sutiles, en las cuales la enunciación indirecta, generalmenteimprovisada y no siempre conciente, procura generar ambigüedad. Esa ambigüedad puedebuscarse para sostener la irresponsabilidad del hablante o también como un intento deatemperar la intolerancia del oyente. Algo semejante, aunque mucho más evidente, sucedecuando, en lugar de simplemente decir, se formula el enunciado diciendo, por ejemplo, “yodiría que este enfermo padece una tuberculosis”; queda entonces, prudentemente implícito:“si no fuera porque prefiero no comprometerme”. Otra forma similar, que se ha puesto demoda en los informes de laboratorio que solicita el médico, es “la imagen es compatiblecon”.La posibilidad de buscar permanentemente un sentido indirecto en el directo conduce,como ha señalado Todorov, a tener que decidir hasta dónde interpretar, so pena de incurriren una interpretación que se aproxime al delirio. Su respuesta parece convincente, sostieneque la interpretación debe comenzar cuando exista una incoherencia en el sentido, y debecesar cuando se restablece la congruencia. Cuando hablamos sucede que, aunque digamoscosas ciertas, el sentido de nuestro hablar no se comprende hasta que no se alcance launidad elemental de la significación que constituye el enunciado. Esto podemosejemplificarlo pensando que el que escucha nuestro discurso se pregunta, implícita ycontinuadamente “¿y?” hasta que, una vez completo el enunciado surge en su ánimo laexpresión “¡ah!”. El enunciado, tal como lo hemos definido aquí, es lo que se dice, perodebemos aclarar ahora que hay dos formas esquemáticas que configuran dos modosfundamentales del decir. Uno es decir cosas que no vienen al caso, el otro decir lo que hacefalta decir. Característico del primer modo en su estado “puro” es decir cosas ciertas enforma directa. Característico del segundo, también en su pureza extrema, es decir conacierto y en forma indirecta. Si tenemos en cuenta que lo que hace falta decir es lo únicoimportante, lo que tiene significancia, lo que cualifica el instante que se está viviendo yconduce a lo que llamamos encuentro, llegamos a la conclusión de que la interpretaciónacertada del sentido indirecto es el centro de toda interlocución bien lograda. Lainterpretación psicoanalítica se construye, cuando funciona bien, dentro de esosparámetros.Las importancias derivan, como ya dijimos, de los afectos. Los valores, fuente de la ética yde la moral, se constituyen, a su vez, a partir de las importancias que asignamos a las cosasy a sus circunstancias. No es un secreto que, en nuestros días, vivimos inmersos en unacrisis axiológica, porque logramos muy poco acuerdo en lo que respecta a cuáles son losvalores. Hemos perdido fe en los valores de antaño y en los juicios de valor que losfundamentaban. Frecuentemente sentimos que se trata de valores que ya “no funcionan”, y110

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