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Fundación Luis Chiozza

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La importancia de lo sobrentendidoExiste una especie de medallitas, con una cantidad de signos incomprensibles en una desus caras, y otra cantidad de signos igualmente incomprensibles en la otra. Cuando sehacen girar rápidamente y se miran, por un efecto similar al que sucede con los fotogramasdel cine, se puede leer, por ejemplo, “te quiero”. Pues bien, un símbolo, como laetimología lo muestra, no es una señal, no es una seña, no es una marca, como lo es elsigno, en realidad es una contraseña. Un símbolo es una conjunción significativa, unemblema que se constituye, como el de la medallita, con la coincidencia de las dosmitades. Se trata de una contraseña de la cual cada uno de nosotros tiene la mitad. Símboloes aquello que sólo funciona cuando el que lo dice se dirige a un oyente que tiene lo que“hace falta” para interpretarlo. Es decir, un símbolo es siempre, en el terreno del lenguajehablado, una media palabra. Suena a paradoja que la única manera que tenemos deentendernos sea con la mitad de las palabras, y que si carecemos de esa media palabracorramos el riesgo de no entendernos jamás, por más palabras que usemos, o peor aún, elriesgo de ingresar en un malentendido. Esa media palabra, de la cual a veces carecemos, eslo que solemos denominar “sobrentendido”. Al fin y al cabo un malentendido entre dossujetos ocurre cuando opera, en cada uno de ellos, un sobrentendido diferente, y cuandopor lo menos uno de ellos no tiene conciencia de esa diferencia. De más está decir que lossobrentendidos provienen de las experiencias previas y que, como sucede con la torta dechocolate y con el fósforo, nunca vivimos exactamente las mismas experiencias. Estopodría ejemplificarse diciendo que así como no existen dos narices exactamente iguales, noes posible la existencia de dos almas gemelas. Sin embargo, hasta cierto punto y porfortuna, podemos entendernos en una cierta medida, porque hay algo que tienen las naricesque las hace distintas de la oreja, y cuando decimos “nariz” sabemos, más allá de todaduda, que no estamos hablando de una oreja.Si bien es cierto que a partir de un malentendido inicial es muy difícil que uno llegue aentenderse de un modo que pueda ser sentido como suficiente, y que esto no suele mejorarcon el simple expediente de un hablar reiterado y profuso, la experiencia no sólo nosmuestra que a veces se puede lograr, sino también que es frecuente que hablemosprecisamente con esa intención. Tener plena conciencia de esta dificultad, ubicua, dentrode la cual vivimos inmersos, puede ayudarnos a lograrlo mejor. La unidad elemental detodo discurso no es la palabra, no es la frase ni la oración, sino el enunciado. Más allá delas posiciones de distintas escuelas lingüísticas, que el diccionario testimonia, designo aquícon la palabra “enunciado” una totalidad que, en su contexto y sin necesidad de otrocomplemento, es en sí misma significativa. En otras palabras, es posible hablar sin decir,pero cuando el hablar dice, eso que dice es (en el uso que aquí le doy al término) unenunciado. Como lo que el hablar efectivamente dice no sólo depende del hablante sinotambién del intérprete, el enunciado se logra cuando ambos se encuentran de maneraacertada. El enunciado de un discurso puede ser dirigido a un interlocutor, a variosinterlocutores o a muchos interlocutores. Es obvio que cuando aumenta el número deinterlocutores, crece la posibilidad de generar malentendidos. ¿Dónde reside entonces laposibilidad de los discursos públicos? La primera y la más pusilánime de las solucionespara evitar malentendidos, bastante usada para colmo, es hablar sin decir nada que no seaarchicompartido. ¡Pero las cosas archicompartidas, aun suponiendo que sean verdades, sonprecisamente aquellas que no hace falta decir! Una de las “mejores” maneras de no tenerproblemas en los discursos públicos es decir cosas cuya estructura formal funciona bien,cosas que siempre caen muy bien, porque cada uno puede asumir que esas cosas significanaquello con lo cual está de acuerdo. Esta situación llega a su colmo cuando el acuerdo108

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