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Fundación Luis Chiozza

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No cabe duda de que engendrar un niño es un acto tan misterioso y conmovedor como elcoito mismo en el momento de su culminación. En los comienzos de una relación el coitofinaliza en una separación transitoria después de una estrechísima unión, pero cuando esarelación se continúa y se hace más profunda, aparece siempre una segunda etapa en la que,se lo reconozca o no, existe el deseo de un hijo en el cual esa unión fructifique y seconsolide de un modo indestructible.Quien ha psicoanalizado a un paciente cuyos padres se divorciaron sabe que una de lascuestiones más difíciles de elaborar surge porque la discordia entre los padres suele crearen el hijo, especialmente cuando ocurre mientras el paciente todavía es un niño, unadiscordia entre las partes de sí mismo que, en cuerpo y alma, provienen de cada uno de susprogenitores, y que se combinan de manera indisoluble en su propia constitución.Encontramos en las enfermedades autoinmunitarias una expresión patosomática específicade este tipo de conflicto, que suele desencadenarse cuando no se lo puede tolerar en laconciencia.Cuando, por fin, un hijo nace, los padres se sienten, con mayor o menor conciencia de esesentimiento, frente a la maravilla increíble de un conmovedor regalo y suelen experimentarel temor de no estar a la altura de la inevitable responsabilidad. Los ecos de ese momentoinolvidable que los llena de ternura, junto con la curiosidad y la reverencia que se sientenfrente a las cosas más importantes de la vida, retornarán en algunas ocasiones posteriores,como suele ocurrir, por ejemplo, cuando un hijo les construye en el jardín de infantes unregalo.El lugar que un hijo ocupaEl lugar que ocupa un hijo amado es siempre insospechadamente grande y la rapidez con lacual crece conduce, inexorablemente, a un mayor grado de conciencia del hecho,habitualmente negado, de que cada oportunidad es única y transcurre siempre en un tiempobreve. Precisamente por esto, frente a lo que un niño reclama, cada postergación adquiereun peso inusitado. Aunque esta situación puede ser negada con promesas y propósitoscargados de ilusiones, nunca es tan cierto como en la vida de un niño que la demanda queno se satisface en su momento oportuno deberá ser resignada. La falta de una resignaciónadecuada (que no sólo implica una renuncia, sino también una sustitución) habitualmentesurge acompañada con una solución que, en el fondo, se considera defectuosa, y quecontribuye a incrementar los sentimientos de culpa que constituyen una presencia casiinevitable en el ánimo de todo progenitor. Se crea de este modo un círculo vicioso que hoyes muy difícil de evitar, porque vivimos en una época en que lo que menos abunda es laresignación.Vivimos inundados por la fantasía de poder tenerlo todo. La idea de que vernos obligados aelegir es muy desagradable alcanza sus extremos en la persona obsesiva, ya que, cuandotodos los detalles tienen una importancia similar, se pierden las jerarquías que permitenestablecer las prioridades. Lo cierto es que nos comportamos muchas veces como elmalabarista que mantiene en equilibrio sobre puntas de caña muchos platos a la vez, y nospasamos la vida corriendo, en el escenario, de una punta a la otra, para evitar que alguno denuestros compromisos deje de girar. Mantenemos de este modo la ilusión de que no nosvimos obligados a optar pero, inevitablemente, algún plato se rompe, y mientras tanto son27

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