noción construida. Pasado y futuro constituyen, en la opinión de Einstein, una ilusióntenaz, de la cual es muy difícil desprenderse. Vivimos en un presente atemporal. Es allí quenuestra vida ocurre, en el único instante actual en el que existimos, nacemos, sufrimos,gozamos o morimos. Vivimos “entre” lo que ya no existe y lo que no existe aún, en elahora desde el que soñamos el entonces de un ayer y un mañana teñidos, significados, porla emoción de hoy.Reiteración y cambioCuando prestamos atención a la trayectoria de las personas que conocemos bien, y sobretodo cuando reparamos en el curso de nuestra propia vida, comparando distintas épocas porejemplo, hay algo que suele sorprendernos. Por un lado, tenemos la fuerte y sólida idea deuna identidad que se mantiene a través de los años; “somos así”, de acuerdo con elproverbio que sentencia: “genio y figura hasta la sepultura”. Por otro lado, simultánea ycontradictoriamente, los cambios nos parecen tan profundos como para llevarnos a pensar:“éramos otros”. Cuántas veces hemos sentido, mientras mirábamos una fotografía denuestra juventud, lo que dice el poeta: yo soy aquel que ayer nomás decía, el verso azul yla canción profana. Es evidente que la continuidad que se reitera, día a día, en una forma deser reconocible, no excluye el hecho de que cambiamos mucho. Somos un producto,entonces, configurado por la combinatoria de la reiteración y el cambio.La cultura, como la vida misma, puede ser vista como el desarrollo “explícito” de un ordencomplejo previamente “enrollado” o implícito. También puede ser vista como un procesoirreversible que evoluciona hacia un estado desconocido y jamás alcanzado. No es difícildeducir que el primer modelo, que por ejemplo encontramos en el pensamiento de Bohm,contiene la idea de una fluctuación recurrente y periódica, mientras que el segundo concibela existencia de un tiempo lineal que marcha en una sola dirección, configurando lo que seha denominado “la flecha del tiempo”. Independientemente de cuál sea, entre esos dosmodelos el que más nos convence, en ambas culturas (la individual y la de la especiehumana) podemos reconocer la existencia de una flecha del tiempo que, bajo la forma“circular” de un aparente retorno, recorre una trayectoria helicoidal que nos permiteconsiderarla irreversible en los tiempos “biográficos” de una vida humana o, para el casode la cultura de los pueblos, en los tiempos “históricos” en los cuales se ha desarrolladonuestra especie. La afirmación de José Hernández: “si la vergüenza se pierde, jamás sevuelve a encontrar”, nos recuerda que, a pesar de que solemos entretener una parte denuestra vida tentados con “la ilusión de volver”, el regreso, cuando no es ilusorio,solamente se refiere al espacio. No existe, por ejemplo, en los términos de una vidahumana, un “camino de vuelta” a la inocencia, porque la experiencia, que deshace a lainocencia, se integra de manera indisoluble en la memoria que define los límites “yoicos”de esa existencia humana.Es importante comprender que la cultura es un cambio que puede realizarse de maneragradual o adquirir la forma de un “salto” repentino y brusco que “atraviesa” un territoriointermedio, inestable, difícilmente observable. En los últimos años la ciencia ha prestadocada vez más atención a ese tipo particular de cambio repentino, que nos ayuda acomprender mejor las realidades complejas, y ha utilizado para designarlo la palabra“catástrofe”, que en su significado original no lleva implícita obligatoriamente unacalamidad. Ha ocurrido, además, otro suceso científico que posee una trascendencia68
insospechada. El pensamiento que se apoya en la existencia de una “causa final” (tambiénllamado teleológico, ya que en griego telos significa “fin”), desprestigiado dentro de lasciencias “duras” como la física o la química, aunque la biología nunca ha podido prescindirde él, se ha reintroducido vigorosamente en multitud de disciplinas. El renovado interéspor los fenómenos complejos ha permitido descubrir que algunos de estos fenómenos,cuyo curso es muy difícil de prever cuando se los contempla como efectos de una causa, demanera repentina se vuelven transparentemente previsibles si se los observa comofenómenos que se dirigen hacia un fin. Disponemos entonces de dos modos, igualmentecientíficos, de prever el desenlace de un fenómeno: comprenderlo como un efecto,empujado “desde atrás” por una causa, o entender que es atraído “hacia delante” por lo quehoy se denomina un “atractor”. Cuando una ruleta de casino gira carecemos de laposibilidad de analizar las causas, intencionadamente ocultas en la complejidad, paradeterminar anticipadamente dónde la bolilla saltarina, en definitiva, llegará a detenerse.Cuando arrojamos, en cambio, una bolilla dentro de un embudo, no necesitamos conocer elpunto desde donde la arrojamos o el impulso con el cual se mueve, nos basta con ver laforma del “atractor” embudo para saber dónde finalizará.Un dibujo, conocido desde antiguo y utilizado frecuentemente como ejemplo en el estudiode la percepción visual, nos muestra un florero blanco dentro de un cuadrado, destacándoseen un fondo negro, pero si cambiamos nuestra manera de percibirlo, el mismo dibujo nosmuestra, en negro, la silueta de dos caras iguales que se miran, separadas por un fondoblanco. Es imposible percibir ambas cosas simultáneamente, o permanecer “en el medio”del tránsito percibiendo “el viaje” de una percepción a la otra. Esto es lo que caracteriza aun cambio catastrófico: ocurre “de pronto”. Esto unido al hecho de que aquello que lodesencadena, dentro de la complejidad de la cual forma parte, puede serinsospechadamente leve, nimio, o aun imperceptible.Vivimos, en la cultura de nuestra época, un fenómeno intrigante, fructífero y perturbador.Los campos que tradicionalmente constituyeron los feudos de distintas disciplinas hoy seimbrincan y se interpenetran para volver a separarse en territorios que no pertenecen a unasola ciencia, ya que las líneas de demarcación que los limitan surgen de criterios nuevosque son “interdisciplinarios”. El matemático René Thom describe siete modelostopológicos de catástrofes, que abarcan los sucesos que constituyen el objeto específico deestudio de (virtualmente) todas las ciencias y, luego de ocuparse profundamente delproblema constituido por el origen y el desarrollo de las formas biológicas, esboza unasemiofísica, es decir, un estudio del significado inherente, inseparable, de las estructurasfísicas. Mientras que Wilfred Bion, un psicoanalista insigne, nos conduce a pensar que elcambio catastrófico, que él considera una “inversión” de perspectiva (como se veclaramente en el caso de las dos caras y el florero) es el meollo mismo de la interpretaciónpsicoanalítica. En otras palabras: cuando el cambio de significación, implícito en lainterpretación, de veras se produce, y conduce a trascender la dificultad que “detenía” lavida, ocurre, de manera frecuentemente irreversible, siguiendo los parámetros de lo que laciencia en nuestros días llama catástrofe. Un cambio catastrófico es un cambio que,surgiendo de una situación de estabilidad relativa, ocurre cuando esta situación,acercándose a un borde de equilibrio inestable, rompe ese equilibrio para llegar a otrasituación estable, distinta, luego de atravesar una zona de caos.Durante el estudio, que llamamos patobiográfico, de los pacientes que nos consultanporque, acercándose al borde del caos, se encuentran inmersos en una crisis que se69
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