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Crea una epifanía sutil

Yo era el hombre perfecto para el caso Schilling. Había pasado algún tiempo en Filipinas

y tenía una amplia experiencia en terrorismo de la época que pasé en Nueva York

asignado a la JTTF, las Fuerzas Especiales Antiterroristas Conjuntas.

Pocos días después del secuestro de Schilling, volé a Manila con mi compañero Chuck

Regini para dirigir las negociaciones. Junto con Jim Nixon, el oficial de mayor rango del

FBI en Manila, nos entrevistamos con los jefazos del ejército filipino. Accedieron a

dejarnos guiar las negociaciones y nos pusimos a trabajar. Uno de nosotros estaría a

cargo de la estrategia de negociación del FBI y, consecuentemente, del gobierno

estadounidense. Ese fue mi papel. Con la ayuda de mis colegas, mi trabajo consistía en

desarrollar la estrategia, conseguir que se aprobara e implementarla.

A raíz del caso Schilling me convertí en el principal negociador de secuestros

internacional del FBI.

Nuestro principal adversario era Abu Sabaya, el líder rebelde, que estaba al mando de las

negociaciones del rescate de Schilling. Sabaya era un veterano del movimiento rebelde y

tenía un pasado violento. Parecía sacado de una película, era un asesino terrorista

sociópata. Tenía todo un historial de violaciones, asesinatos y decapitaciones. Le gustaba

grabar sus hazañas sangrientas y mandar los vídeos a los medios filipinos.

Sabaya siempre llevaba gafas de sol, un pañuelo en la cabeza, una camiseta negra y

pantalones de camuflaje. Creía que todo eso hacía de él una figura deslumbrante. En las

fotos que existen de los terroristas de Abu Sayyaf en este período, siempre aparece uno

que lleva gafas de sol. Ese es Sabaya.

Sabaya adoraba la atención de los medios. Los periodistas filipinos tenían línea directa

con él. Le llamaban y le hacían preguntas en tagalo, su lengua materna. Él les contestaba

en inglés porque quería que el mundo escuchara su voz por la CNN. «Deberían hacer

una película sobre mí», les decía a los periodistas.

Para mí, Sabaya era un despiadado hombre de negocios con un ego tan grande como

Texas, un verdadero tiburón. Sabaya sabía que estaba jugando a un juego de mercado.

En Jeffrey Schilling tenía un activo valioso. ¿Cuánto podría sacar por él? Lo iba a

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