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Conocer su religión

En marzo de 2003 estuve al mando de una negociación con un granjero que se convirtió

en uno de los más improbables terroristas que imaginarse pueda tras el 11-S.

El drama empezó cuando Dwight Watson, un cultivador de tabaco de Carolina del

Norte, enganchó su jeep a un tractor John Deer adornado con pancartas y una bandera

invertida de Estados Unidos y lo remolcó hasta Washington D.C. para protestar contra

las políticas gubernamentales que creía que estaban arruinando a los plantadores de

tabaco.

Cuando Watson llegó a la capital, metió el tractor en un estanque situado entre el

monumento a Washington y el Memorial a los Veteranos de Vietnam y amenazó con

hacer estallar las bombas de «organofosfato» que aseguraba llevar dentro.

La capital entró en situación de emergencia y la policía cerró un área de ocho

manzanas desde el Lincoln Memorial hasta el monumento a Washington. Pocos meses

después de los ataques del francotirador de Beltway y en plena escalada de la guerra de

Irak, la facilidad con la que Watson desató una tormenta política en la capital del país

atemorizó a la gente.

Watson habló por teléfono con el Washington Post y les dijo que estaba en una misión

a muerte para demostrar que la reducción en los subsidios estaba matando a los

cultivadores de tabaco. Le dijo al Post que Dios le había indicado que llevara a cabo su

protesta y que no iba a abandonar.

—Si es así como Estados Unidos va a ser gobernado, a la mierda —dijo—. No me

rendiré. Ya pueden sacarme a tiros del agua. Estoy preparado para ir al cielo.

El FBI me mandó al National Mall a una autocaravana adaptada, desde donde debía

guiar a un equipo de agentes del FBI y de la Policía de los Parques de Estados Unidos

durante el proceso de convencer a Watson para que no se suicidara ni acabara con la vida

de Dios sabe cuántas personas más.

Y nos pusimos a trabajar.

Como puede esperarse de una negociación con un tipo que amenaza con destruir

buena parte de la capital de Estados Unidos, esta fue tensa. Teníamos francotiradores con

las armas apuntadas hacia Watson y tenían luz verde para disparar si hacía cualquier

movimiento extraño.

En cualquier negociación, pero especialmente en una tan tensa como esta, lo que

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