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estaba en un lugar en el que no deseaba estar. Bobby quería salir de allí y, por supuesto,

quería salir sin resultar herido. Sabía que estaba metido hasta el cuello, pero no quería

hundirse más. En sus planes de ese día no estaba el de robar un banco, pero hasta que no

oyó mi tono calmado al otro lado del teléfono no empezó a ver una salida. A las puertas

del banco le esperaba el séptimo mayor ejército del mundo: ese es el tamaño y el alcance

del Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York a pleno rendimiento, y le

apuntaban a él y a su cómplice. Obviamente, Bobby solo pensaba en cómo salir por

aquella puerta ileso.

Yo no sabía en qué parte del banco estaba Bobby. Aún hoy ignoro si consiguió

apañárselas para alejarse de Chris Watts o si estaba hablando delante de él. Lo único que

sé es que yo tenía toda su atención y que él estaba buscando una forma de acabar con la

situación, o al menos con el papel que le había tocado desempeñar.

Después descubrí que, entre una y otra llamada, Chris Watts se había dedicado a

esconder el dinero dentro de las paredes del banco. Y también a quemar montones de

dinero delante de las dos rehenes. A primera vista, puede parecer un comportamiento

extraño, pero para alguien como Chris Watts tenía cierta lógica. Parece ser que se le

había metido en la cabeza que podría quemar, digamos, 50.000 dólares, y si luego

faltaban 300.000 los oficiales del banco no se pondrían a buscar los otros 250.000. Era

un engaño interesante, no muy inteligente pero sí interesante. Mostraba una extraña

atención al detalle. Al menos en su cabeza, si Chris Watts conseguía escapar de aquella

tumba que se había cavado él solito, podría pasar desapercibido durante un tiempo y

volver más adelante a por el dinero que había escondido, y que ya no estaría en la caja

fuerte del banco.

Lo que me gustaba de este segundo tipo, Bobby, es que no intentó hacerme ningún

truco por teléfono. Era franco, así que me permití contestar con la misma franqueza.

Igual que él me devolvía todo lo que yo le daba, yo le devolvía todo lo que me daba él,

así que en esto estábamos a la par. La experiencia me decía que todo lo que tenía que

hacer era dejarle hablar y así conseguiríamos llegar a un acuerdo. Encontraríamos un

modo de sacarle de ese banco... con o sin Chris Watts.

Alguien de mi equipo me pasó una nota: «Pregúntale si quiere salir».

—¿Quieres salir el primero? —le dije.

Me quedé en silencio.

—No sé cómo podría hacerlo —dijo Bobby finalmente.

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