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llamada era de uno de mis habituales, un taxista con miedo a salir a la calle y un montón

de tiempo libre para hablarme de ello. Este vampiro de energía (se llamaba Daryl)

empezó su numerito diciendo que si no era capaz de trabajar, perdería su casa, y con ella

la voluntad de vivir.

—En serio, ¿cuándo fue la última vez que alguien intentó agredirte en la calle? —

pregunté.

—Bueno, a ver... hace mucho tiempo —dijo Daryl.

—¿Más o menos...?

—No me acuerdo de la fecha, Chris. Quizá un año, creo.

—De modo que podemos decir que el mundo no te ha tratado con demasiada dureza,

¿no?

—Sí —dijo Daryl—, supongo que sí.

Estuvimos un rato con el tira y afloja, y le hice admitir que la mayoría de nosotros

tenemos poco que temer del exterior. Estaba cómodo con mis nuevas habilidades,

escuchando a Daryl y aplicando la estrategia del CareFronting,[9] que es el nombre un

poco ridículo que le damos al hecho de responder a los habituales de forma asertiva pero

cuidadosa.

Todo marchaba con fluidez y nuestro entendimiento era muy bueno. Hasta conseguí

que Daryl se riera unas cuantas veces. Para cuando terminé con él, no podía darme una

sola razón para no salir a la calle.

—Gracias, Chris —me dijo Daryl justo antes de colgar—. Gracias por hacer tan bien

tu trabajo.

Antes de ir a ver a Jim, me recosté en la silla y paladeé el halago. «¿Cuántas veces

obtienes algo así de un hombre que sufre?», pensé. Y entonces me levanté y me

encaminé hacia la sala de control; estaba tan orgulloso que prácticamente iba sacando

brillo a mis uñas sobre mi camisa y dándome palmaditas en la espalda a mí mismo.

Jim me indicó que me sentara en una silla frente a él y me dedicó la mayor de sus

sonrisas. Debí de devolvérsela con el doble de voltaje.

—Bueno, Chris —me dijo, aún sonriendo—. Creo que esa es una de las peores

llamadas que he oído jamás.

Le miré con la boca abierta.

—Jim, ¿no has oído a Daryl felicitarme? —le pregunté—. He conseguido calmarle,

hombre. Lo he anulado.

90

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