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descubrir, y yo tenía intención de que se encontrara con una sorpresa que no iba a

gustarle. Como agente del FBI, quería liberar al rehén y llevar al criminal ante la justicia.

Un aspecto crucial de cualquier negociación es desentrañar cómo ha llegado tu

adversario a su posición. Sabaya llegó hasta el rescate de 10 millones de dólares a partir

de un cálculo empresarial.

En primer lugar, Estados Unidos ofrecía 5 millones de dólares por cualquier

información que llevara al arresto de los fugitivos que quedaban del atentado contra el

World Trade Center de 1993. Tal como lo razonaba Sabaya, si Estados Unidos estaba

dispuesto a pagar 5 millones por alguien que no les gustaba, por un ciudadano pagarían

mucho más.

En segundo lugar, se sabía que una facción rival de Abu Sayyaf acababa de recibir 20

millones de dólares por seis rehenes de Europa occidental. El líder libio Muamar el

Gadafi había realizado el pago «como ayuda al desarrollo». Lo más absurdo de todo esto

era que una porción significativa del rescate se había pagado en billetes falsos. Para

Gadafi era una oportunidad de avergonzar a los gobiernos occidentales y de entregar por

vías oficiosas dinero a los grupos con los que simpatizaba. Estoy seguro de que estuvo

carcajeándose de ese episodio hasta el día de su muerte.

En cualquier caso, se había fijado un precio. Sabaya había hecho números y había

concluido que Schilling valía 10 millones de dólares. El problema era que Jeff Schilling

provenía de una familia de clase trabajadora. Como mucho, su madre podría conseguir

10.000 dólares. Estados Unidos no iba a pagar ni un dólar; sin embargo, permitiríamos

que se realizara un pago como operación «trampa».

Si éramos capaces de meter a Sabaya en un regateo de ofertas y contraofertas,

nosotros disponíamos de un sistema que funcionaba siempre. Podríamos derrotarle y

dejarle exactamente donde queríamos, sacar al rehén y organizar la «trampa».

Durante meses, Sabaya se negó a moverse. Insistía en que los musulmanes filipinos

habían sufrido quinientos años de opresión, desde que los misioneros españoles llevaron

el catolicismo a Filipinas en el siglo XVI; recitaba ejemplos de las atrocidades cometidas

contra sus ancestros musulmanes; explicaba por qué Abu Sayyaf quería establecer un

estado islámico al sur de Filipinas; que se habían violado sus derechos de pesca. Lo que

fuera, se le ocurría cualquier cosa y la usaba.

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