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que», las preguntas calibradas de final abierto suavizan la agresividad de las

afirmaciones confrontacionales y de las exigencias cerradas, neutralizando así la

posibilidad de irritar a la otra parte. Lo que hace que funcionen es que están supeditadas

a cómo las interprete el interlocutor, en lugar de estar rígidamente definidas. Te permiten

introducir ideas y peticiones sin sonar autoritario o agresivo.

Esa es la diferencia entre un «me estáis dejando sin un duro y esto no puede seguir

así» y «¿cómo queréis que lo haga?».

La verdadera belleza de las preguntas calibradas es que no incluyen un objetivo

susceptible de ser atacado, como sí hacen las afirmaciones. Las preguntas calibradas

tienen el poder de mostrar a la otra parte la naturaleza del problema, en lugar de generar

un conflicto diciéndole cuál es el problema.

Con todo, no se trata de peticiones al azar para mantener viva la conversación: van

dirigidas a un objetivo. Una vez que decidas qué rumbo te conviene que tome una

negociación, tienes que diseñar las preguntas que la orientarán en ese sentido mientras

dejas que la otra parte piense que está siendo cosa suya.

Por eso las denomino «preguntas calibradas». Deben medirse cuidadosamente, como

se calibra el objetivo de un arma o una balanza, con el fin de abordar un problema

determinado.

La buena noticia es que existen reglas para eso.

En primer lugar, las preguntas calibradas deben evitar las construcciones sintácticas

que originen preguntas cerradas, a las que se pueda responder con un simple «sí» o «no».

En lugar de eso, conviene utilizar las típicas palabras que abren las preguntas

periodísticas: «quién», «qué», «cómo», «cuándo», «dónde» y «por qué». Esas partículas

incitan a la otra parte a pensar y a dar una respuesta más extensa.

La lista puede acortarse aún más: es mejor empezar con «qué», «cómo» y, a veces,

«por qué». Nada más. «Quién», «cómo» y «dónde» a menudo solo servirán para que tu

interlocutor comparta un dato con nosotros pero sin pensar. Y «por qué» puede ser

contraproducente: sin importar en qué idioma se exprese, implica una acusación en

potencia y eso rara vez jugará a tu favor.

El único caso en el que se puede emplear «por qué» con éxito es aquel en el que la

actitud defensiva que suscita refuerce el cambio que estés intentando que la otra parte

vea. Ejemplos: «¿Por qué ibas a cambiar la manera en la que siempre has hecho las cosas

para probar la mía?», o «¿Por qué iba vuestra compañía a cambiar su proveedor de toda

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