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Siempre hay un equipo al otro lado

El FBI decidió enviarme de nuevo allí. Esta vez iba con la misión de cerrar un trato fuera

como fuese. Se trataba de una operación de alto nivel. Algunos de mis contactos me

dijeron que el director del FBI, Robert Mueller, informaba personalmente al presidente

George W. Bush cada mañana de nuestros avances. Cuando Mueller apareció en la

embajada de Manila y fui presentado a él, su rostro adoptó un gesto de reconocimiento.

Ese momento fue embriagador.

Aun así, tener todo el apoyo del mundo no sirve de nada si el equipo de la contraparte

es disfuncional. Si tus esfuerzos de negociación no van más allá del interlocutor y no

llegan al equipo que está detrás de él, lo que tendrás entre manos es un acuerdo basado

en la «esperanza», y la esperanza no es una estrategia.

Una de las cosas de las que no me di cuenta entonces fue de que los secuestradores

habían sustituido a sus negociadores. Sabaya había sido reemplazado.

En un secuestro anterior, mi jefe, Gary Noesner, me había explicado que un cambio de

negociadores en la otra parte casi siempre significa que van a adoptar una línea mucho

más dura. Lo que yo no comprendí en aquel momento es que aquello significaba que

Sabaya iba a desempeñar el papel de saboteador de la negociación si no se le tenía en

cuenta.

Nuestro nuevo objetivo era asegurar las vidas de los Burnham. Aunque el gobierno de

Estados Unidos no puede pagar rescates oficialmente, había aparecido un donante

dispuesto a aportar 300.000 dólares. El nuevo negociador de Abu Sayyaf accedió a

liberarlos por esa suma.

La entrega fue un desastre. Los secuestradores habían decidido que no iban a liberar a

los Burnham o, más exactamente, Sabaya, que estaba físicamente al cargo de los

rehenes, se negaba a liberarlos. Él había negociado por su cuenta otro rescate (del que

nosotros no sabíamos nada) que no había salido bien. El nuevo negociador, que ahora

estaba avergonzado y de un humor terrible, trató de cubrirse las espaldas diciendo que

faltaban 600 dólares. Nosotros estábamos desconcertados: «¿Seiscientos dólares? ¿No

vas a liberar a los rehenes por seiscientos dólares?», y tratábamos de argumentar que si

faltaba dinero se lo tenía que haber quedado el correo que lo entregó. Pero no teníamos

una dinámica de confianza y cooperación para reforzar nuestra posición. Los 300.000 se

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