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Moldea su realidad

Un lunes por la mañana, en la oficina del FBI de Puerto Príncipe, la capital de Haití,

recibimos una llamada del sobrino de una importante política haitiana. Hablaba tan

deprisa que tuvo que repetirme la historia tres veces para que lograra entenderla. Al

final, pillé lo básico: unos secuestradores habían sacado a su tía del coche a la fuerza y

pedían un rescate de 150.000 dólares.

«Danos el dinero o matamos a tu tía», dijeron.

Durante el período turbulento y anárquico que siguió al derrocamiento del presidente

Jean-Bertrand Aristide, Haití desplazó a Colombia como líder en secuestros del

continente americano. De hecho, con cifras de entre ocho y diez personas secuestradas

cada día en un país de 8 millones de habitantes, la nación caribeña ostentaba el dudoso

honor de contar con el índice de secuestros más alto del planeta.

Durante esta epidemia de raptos y amenazas de muerte yo estaba al frente de las

negociaciones del FBI en secuestros internacionales. Y lo cierto es que nunca había visto

algo así. Casi cada hora llegaban a la oficina nuevos avisos e informes de secuestros

(cada vez más agresivos, perpetrados en Puerto Príncipe y a plena luz del día): catorce

estudiantes secuestrados en un autobús escolar; el misionero estadounidense Phillip

Snyder atacado en una emboscada con armas de fuego y retenido junto a un chico

haitiano al que estaba llevando a Michigan, Estados Unidos, para que lo operaran de la

vista; políticos y empresarios haitianos sacados de sus casas en pleno día. Allí no se

libraba nadie.

La mayoría de los secuestros tenía el mismo modus operandi: varios individuos con

pasamontañas rodeaban una casa o un coche, forzaban la entrada disparando con un

arma y capturaban a una víctima indefensa, generalmente una mujer, un niño o una

persona mayor.

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