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Saudí.

Veinticuatro horas más tarde, se me había encargado dirigir las negociaciones desde

Quantico. La novia de Alastair estaba demasiado nerviosa para manejar la parte familiar

de la negociación y la madre del secuestrado, que vivía en Filipinas, estaba dispuesta a

aceptar cualquier demanda del captor.

Pero el hermano de Alastair, Aaron, que vivía en Manila, era diferente: él había

pillado la idea de negociación y había aceptado que Alastair podía morir, lo que le

convertía en un negociador más apto y efectivo. Aaron y yo abrimos una línea de

comunicación telefónica permanente y me convertí en su gurú personal al otro lado del

planeta.

Los comentarios y las demandas del secuestrador pronto dejaron claro que se trataba

de un criminal paciente y con experiencia. Como prueba de sus intenciones, amenazó

con cortar a Alastair una oreja y enviarla a la familia junto a un vídeo mostrando cómo

se la había cortado.

La demanda de un pago diario era claramente un truco para drenar a la familia tan

rápido como fuera posible mientras calibraba, al mismo tiempo, cuántos recursos tenían.

Teníamos que averiguar quién era el secuestrador. ¿Trabajaba solo o era parte de un

grupo? ¿Planeaba matar a Alastair o no? Y teníamos que hacerlo antes de que arruinara a

la familia. Para ello, sin embargo, teníamos que hacerle entrar en una negociación larga.

Teníamos que ralentizar todo el proceso.

Desde Quantico, armé a Aaron con un arsenal de preguntas calibradas. Le di

instrucciones para que continuara bombardeando a aquel capullo violento con cuestiones

del tipo «¿cómo?»: «¿cómo se supone que...?», «¿cómo sabemos que...?», «¿cómo

podemos...?». Tratar a los capullos con respeto otorga un gran poder. Permite ser

extremadamente asertivo —decir «no»— de forma velada.

—¿Cómo podemos saber que si pagamos no harás daño a Aaron? —preguntó Alastair.

En el arte marcial chino del taichí, el objetivo es hacer que la agresividad del oponente

se vuelva contra él mismo, canalizar su ofensiva en tu beneficio para vencerle. Esa es la

estrategia que adoptamos con el secuestrador de Alastair: queríamos absorber sus

amenazas y desgastarle. Nos aseguramos de que incluso acordar una hora para llamarnos

fuera complicado. Retrasamos las respuestas por correo electrónico.

Mediante estas tácticas, nos llevamos el gato el agua al tiempo que hacíamos creer al

secuestrador que estaba controlando la situación. Pensaba que estaba resolviendo los

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