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quedaba una persona, y esto hizo que el jefe de la operación se disparara. Yo no lo supe

hasta más tarde, pero podía entender sus motivos para enfadarse y sentirse avergonzado

por este último giro de los acontecimientos. Había estado diciendo a los medios todo el

tiempo que dentro del banco había un grupo de secuestradores (¿recuerdan?, una banda

internacional de malos), y ahora resultaba que aquella operación la habían llevado a cabo

dos personas, y que uno de los malos ni siquiera había querido tener parte en ello.

Parecía que el jefe no tenía el control de la situación.

Pero, como digo, de esto nos enteramos más tarde. Todo lo que sabíamos en ese

momento era que acabábamos de conseguir un montón de información nueva que

indicaba que estábamos más cerca de lo que creíamos de llegar a la resolución que

deseábamos. Era un avance positivo, algo digno de celebrar. Con lo que habíamos

descubierto nos iba a resultar mucho más fácil seguir negociando, pero, aun así, el jefe

estaba enfadado. No le gustaba nada que le hubieran engañado, así que cogió a un agente

de la Unidad de Respuesta de Asistencia Técnica (TARU, por sus siglas en inglés) del

Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York y le ordenó que introdujeran en el

banco una cámara, un micrófono... lo que fuera.

Ahora que había conseguido entenderme con Bobby, el jefe me sustituyó y puso a otro

negociador al teléfono. El nuevo negociador empleó la misma táctica que había usado yo

un par de horas antes.

—Soy Dominick. Ahora hablas conmigo —dijo.

Dominick Misino era un gran negociador de rehenes; a mi juicio, uno de los mejores

«cerradores», que es el término que se usa habitualmente para referirse al que se encarga

de resolver los últimos detalles y asegurar el trato. Misino no se alteraba y era bueno en

lo que hacía. Era directo y sereno, y muy vivo, no había quien se la colara.

Dominick siguió adelante. Y entonces ocurrió algo increíble. Increíble y casi

desastroso. Mientras estaba hablando con Dominick, Chris Watts empezó a oír una

herramienta eléctrica taladrando la pared detrás de él. Era un agente de la TARU

intentando meter un micrófono dentro del banco... precisamente en el lugar y en el

momento equivocados. Tal como estaban las cosas, con su compañero entregándose y

dejando que se las apañara con el asedio él solo, Chris Watts estaba ya suficientemente

intranquilo. Y al oír que estaban taladrando la pared, se puso fuera de sí.

Su reacción fue la de un pit bull arrinconado en una esquina. Le dijo a Dominick que

era un mentiroso. Dominick, imperturbable, mantuvo su frialdad mientras Chris Watts se

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