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Regatea

Hace pocos años me enamoré del Toyota 4Runner rojo. De hecho, no era «rojo», sino

«Salsa Red Pearl». Una especie de rojo llameante que parecía resplandecer por la noche.

¿No es sexy? Tenía que conseguirlo, hacerme con uno se convirtió para mí en una

obsesión.

Busqué entre los vendedores de Washington D.C. y pronto me di cuenta de que no era

el único que estaba obsesionado con ese coche: en toda el área no quedaba uno solo de

ese color, ni uno, salvo en un concesionario.

¿Alguna vez habéis oído que no debe hacerse la compra cuando uno tiene hambre?

Bien, pues yo estaba hambriento. Enormemente hambriento. En realidad, estaba

enamorado... Me senté, me centré y planeé una estrategia. Esta era mi única oportunidad.

Tenía que hacerlo bien.

Llegué al concesionario una tarde soleada de viernes. Me senté frente al vendedor, un

tipo muy agradable llamado Stan, y le dije lo maravilloso que me parecía el vehículo.

Me ofreció la sonrisa habitual —me tenía, pensó— y mencionó el precio de etiqueta

del «maravilloso vehículo»: 36.000 dólares.

Hice un gesto de asentimiento comprensivo y fruncí los labios. La clave para empezar

a regatear es agitar levemente al otro. De la manera más suave y amable posible. Si

pudiera enhebrar esa aguja, tenía una buena oportunidad de conseguir mi precio.

—Puedo pagar 30.000 —le dije—. Y puedo pagarlo ahora mismo, al contado. Le haré

un cheque hoy mismo por el importe total. Lo siento, pero me temo que no le puedo

pagar más.

Su sonrisa tembló por las comisuras, como si se estuviera desenfocando. Pero la

mantuvo y negó con la cabeza.

—Estoy seguro de que entenderá que es imposible. Después de todo, el precio son

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