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habían esfumado y regresamos a la rutina de enviar mensajes de texto que rara vez

recibían respuesta.

El desastre a cámara lenta culminó dos meses más tarde con una operación chapucera

de «rescate». Un equipo de los Scout Rangers de Filipinas que marchaba por el bosque

se encontró con el campamento de Abu Sayyaf, o eso dijeron. Después oímos que fue

otra agencia del gobierno la que les avisó de dónde se encontraba. Esa otra agencia (la

OGA) no nos había informado a nosotros de la ubicación del campamento porque... ¿por

qué? Nunca lo sabré.

Los Scout Rangers se posicionaron en una línea de árboles situada sobre el

campamento y desde allí abrieron fuego, vomitando balas de manera indiscriminada

sobre toda el área. Gracia y Martin Burnham estaban durmiendo una siesta en sus

hamacas cuando empezó el tiroteo. Ambos cayeron de las hamacas y rodaron colina

abajo tratando de encontrar refugio. Pero cuando los alcanzó una cortina de fuego

procedente de sus supuestos rescatadores, Gracia sintió una punzada abrasadora

atravesando su muslo derecho y vio cómo Martin caía sin vida.

Minutos más tarde, después de que los últimos rebeldes huyeran, el comando de

soldados filipinos le aseguraba a Gracia que su marido estaba bien, pero ella sacudía la

cabeza. Tras un año de cautiverio, no estaba para fantasías. Gracia creía que su marido

estaba muerto y estaba en lo cierto: tres balas de fuego «amigo» le habían atravesado el

pecho.

Al final, la supuesta misión de rescate había matado a dos de los tres rehenes aquel día

(una enfermera filipina llamada Ediborah Yap también falleció) y el pez gordo, Sabaya,

había escapado y seguiría con vida varios meses más. De principio a fin, los trece meses

que duró la misión habían supuesto un desastre tras otro, un desperdicio de vidas

humanas y de recursos. Sentado a oscuras en mi casa, días después, desalentado y hecho

polvo, pensaba que algo tenía que cambiar. No podíamos permitir que algo así sucediera

de nuevo.

Si queríamos que las muertes de los rehenes no fueran en vano, debíamos encontrar

una nueva forma de negociar, comunicar, escuchar y hablar, tanto con nuestros enemigos

como con nuestros amigos. Pero no en virtud de una mejor comunicación.

No. Había que hacerlo para ganar.

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