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secuestraron a José, envié a mi gente a Ecuador y les dije que teníamos una nueva

estrategia. El secuestro nos proporcionaría una oportunidad para probar el nuevo

enfoque.

—Todo lo que vamos a decir es: «Eh, ¿cómo sabemos que José está bien? ¿Cómo se

supone que podríamos pagar si no sabemos si está bien?». Una y otra vez —les expliqué.

Aunque no tenían excesiva confianza en usar técnicas que estaban sin testar, mis

hombres accedieron. Los polis locales, sin embargo, se irritaron, porque siempre pedían

pruebas de vida según la vieja escuela (algo que les había enseñado el FBI, para

empezar). Afortunadamente, Julie estaba con nosotros, porque comprendió enseguida

que las preguntas calibradas nos podían hacer ganar tiempo, y estaba convencida de que,

si le dábamos el tiempo suficiente, su marido encontraría la manera de volver a casa.

El día después del secuestro, los rebeldes atravesaron con José las montañas de la

frontera colombiana y se instalaron en una cabaña en la parte alta de la selva. Allí José

estableció una relación con sus captores para que les resultase más difícil matarle. Les

impresionó con sus conocimientos de la selva y, siendo cinturón negro de kárate, llenó el

tiempo enseñándoles artes marciales.

Mis negociadores entrenaban todos los días a Julie mientras esperaban la llamada de

los secuestradores. Más tarde, supimos que el captor que había sido designado como

negociador tenía que caminar hasta una aldea para poder hablar por teléfono.

Mis hombres le dijeron a Julie que respondiera cada una de las demandas del

secuestrador con una pregunta. Mi estrategia era mantener a los secuestradores al otro

lado pero en desventaja.

—¿Cómo sé que José está vivo? —preguntó la primera vez que llamaron.

A la demanda de 5 millones de dólares, respondió:

—No tenemos tanto dinero, ¿cómo podemos conseguirlo?

La siguiente vez que hablaron, Julie preguntó:

—¿Cómo vamos a daros nada hasta que sepamos que José está bien?

Preguntas, siempre preguntas.

El secuestrador que negociaba con Julie parecía extremadamente perplejo por sus

persistentes preguntas, y siguió pidiendo tiempo para pensar. Eso ralentizaba el proceso,

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