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los demás mediante el compromiso y la lógica, nos estaremos dejando millones en la

mesa. Pero si bien no podemos controlar las decisiones de los demás, sí podemos influir

sobre ellos habitando su mundo y sabiendo ver y escuchar exactamente lo que quieren.

Aunque la intensidad puede diferir de una persona a otra, puedes estar seguro de que

todas las personas que conoces se dejan llevar por dos deseos principales: la necesidad

de sentirse a salvo y la necesidad de sentir que tienen el control. Si consigues satisfacer

esas necesidades, es fácil que te abran la puerta de su mundo.

Como hemos visto a partir de mi charla con Daryl, no conseguirás convencerlos a

través de la lógica de que están a salvo, ni de que tienen el control. Las necesidades

primarias son urgentes e ilógicas, así que arrinconarlas mediante argumentos solo

conseguirá que tu interlocutor se escabulla dando un «sí» de engaño.

Y ser «amable» como forma de simpatía fingida es a menudo igual de infructuoso.

Vivimos en una época que celebra la amabilidad bajo diversos nombres. Se nos impele a

ser amables y a respetar los sentimientos de los demás todo el tiempo y en cada

situación.

Pero en el contexto de la negociación, la amabilidad sin más puede resultar

contraproducente. Cuando se emplea como un ardid, la amabilidad resulta insincera y

manipuladora. ¿Quién no ha salido trasquilado después de tratar con un «amable»

vendedor que nos ha llevado a su terreno? Si te lanzas a demostrar una amabilidad

plastificada, tu sonrisa falsa traerá a su memoria todas esas experiencias.

Por tanto, en lugar de colarte en su mundo a través de la lógica o las sonrisas fingidas,

entra en él buscando un «no». Es la palabra que da al hablante la sensación de seguridad

y control. El «no» da inicio a las conversaciones y crea los refugios seguros que al final

te permitirán llegar hasta el «sí» de compromiso. Un «sí» temprano es, a menudo, un

truco y una falsificación barata.

Unos cinco meses después de que me hubiera dicho que me «marchara», volví al

despacho de Amy Bonderow y le dije que había estado de voluntario en una línea del

teléfono de la esperanza.

—¿Ah, sí? —preguntó, sonriendo sorprendida—. Le digo a todo el mundo que lo

haga. Y nadie lo hace jamás.

Resultó que Amy había empezado su carrera como negociadora trabajando de

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