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política, yo estaba al teléfono con su sobrino.

Me dijo que no había forma de que la familia pudiera reunir 150.000 dólares, pero sí

podían pagar entre 50.000 y 80.000. Sin embargo, sabiendo que el rescate era,

básicamente, para salir de juerga, la cifra que yo manejaba era mucho más baja: 5.000

dólares. No íbamos a pillarnos los dedos. Era una cuestión de orgullo profesional.

Aconsejé al sobrino empezar la conversación anclándola en la idea de que no tenía ese

dinero, pero evitando decir «no» para no ofender a los secuestradores.

—¿Y cómo voy a conseguir ese dinero? —preguntó cuando llamaron.

El secuestrador lanzó otra amenaza de carácter general contra su tía y exigió de nuevo

el dinero.

Ahí es donde le dije al sobrino que cuestionase sutilmente la justicia del secuestrador.

—Lo siento —respondió—. Pero ¿cómo vamos a pagaros si vais a hacerle daño?

Eso puso la posibilidad de la muerte de la tía sobre el tablero, que era lo que el

secuestrador quería evitar a toda costa. Necesitaban mantenerla ilesa si querían el dinero.

Después de todo, eran comerciantes, traficaban con mercancías.

Conviene reseñar que, de momento, el sobrino no había mencionado ninguna

cantidad. Este juego de erosión terminó por empujar a los secuestradores a cambiar la

cifra. Sin haberles dicho nada, bajaron a 50.000 dólares.

Ahora que ya habíamos moldeado la realidad de los secuestradores a nuestro favor,

mis colegas y yo le dijimos al sobrino que se mantuviese firme en su posición.

—¿Cómo voy a conseguir ese dinero? —volvió a preguntar en la siguiente llamada.

De nuevo, el secuestrador bajó la cifra, esta vez a 25.000 dólares.

Ahora que lo teníamos a nuestra merced, le dijimos al sobrino que realizase su

primera propuesta, fijándola muy por lo bajo: 3.000 dólares.

Se hizo el silencio al otro lado del teléfono y el sobrino comenzó a sudar

profusamente, pero le dijimos que aguantase. Esto siempre sucede en el momento en que

se provoca un reajuste completo de la previsión económica del secuestrador.

Cuando reanudó la conversación, el secuestrador parecía noqueado, pero siguió

adelante. Su siguiente oferta fue aún más baja, 10.000 dólares. Le dijimos al sobrino que

contestara con una cifra extraña que parecía ser el resultado de complejos cálculos sobre

el valor de su tía: 4.751 dólares.

¿La nueva contraoferta? 7.500 dólares. Como respuesta, le dijimos que añadiese a la

oferta, «espontáneamente», un reproductor estéreo portátil de CD y que repitiese la

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