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La Seleccion - Kiera Cass

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—¡Te di en el muslo!

—Por favor… Un hombre no tarda tanto en recuperarse de un rodillazo en el

muslo —respondió, dejando claro su escepticismo.

Se me escapó la risa. Afortunadamente, Maxon también se rio. Pero justo

entonces otro proyectil golpeó contra las ventanas, y nos detuvimos en seco. Por

un momento se me había olvidado dónde estaba. Era algo que no me sucedía

mucho, y que me iría muy bien para conservar la cordura.

—¿Y cómo te vas a enfrentar a una habitación llena de mujeres llorando? —

pregunté.

Su expresión de asombro tenía algo de cómico.

—¡No hay nada en el mundo que me descoloque más! —susurró,

desesperado—. No tengo ni la más mínima idea de cómo pararlo.

Aquel era el hombre que iba a gobernar nuestro país: un tipo que se venía

abajo ante las lágrimas. Divertidísimo.

—Dales unas palmaditas en el hombro o en la espalda y diles que todo irá

bien. La mayoría de las veces, cuando las chicas lloran, no esperan que les

resuelvas el problema; solo quieren que las consueles.

—¿De verdad?

—Más bien.

—No puede ser tan sencillo —dijo, intrigado.

—He dicho la may oría de las veces, no siempre. Pero probablemente en esta

ocasión a muchas de las chicas les bastaría.

Resopló.

—No estoy seguro. Dos y a me han preguntado si las dejaré marcharse

cuando acabe esto.

—Pensaba que eso no nos estaba permitido —dije, aunque no debería

haberme sorprendido. Si había accedido a dejar que me quedara como amiga,

no debían de importarle mucho los aspectos técnicos—. ¿Qué vas a hacer?

—¿Qué otra cosa puedo hacer? No voy a retener a nadie contra su voluntad.

—A lo mejor luego cambian de opinión.

—Quizá —hizo una pausa—. ¿Y tú? ¿También estás asustada y dispuesta a

marcharte? —preguntó, casi como en broma.

—La verdad es que estaba convencida de que, en cualquier caso, me

enviarías a casa después del desayuno —admití.

—La verdad es que y o también me lo había planteado.

Se produjo un silencio entre nosotros, y los dos sonreímos. Nuestra amistad —

si es que podía llamarse así— desde luego era rara e imperfecta, pero al menos

era honesta.

—No me has respondido. ¿Quieres marcharte?

Otro proy ectil impactó contra la pared, y la idea iba ganando atractivo. El

peor ataque que había sufrido en casa había sido el de Gerad, cuando intentó

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