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La Seleccion - Kiera Cass

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asegurarme de que nunca más tengas motivos para dudarlo.

Me encogí, como avergonzada.

—Aspen, sea lo que sea lo que éramos, o lo que seamos ahora, aquí no

podemos serlo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, cambiando de posición.

—Ahora formo parte de la Selección. Tengo que estar pendiente de Maxon, y

no puedo salir contigo, o lo que sea que estemos haciendo —dije, mientras

retorcía con los dedos un extremo del edredón.

Se quedó pensando un momento.

—Así pues, ¿me estabas mintiendo… cuando decías que no habías dejado de

quererme en ningún momento?

—No —le aseguré—. Te he llevado en el corazón todo este tiempo. Tú eres el

motivo por el que las cosas han ido tan lentas. A Maxon le gusto, pero no puedo

permitirme sentir nada por él mientras existas tú.

—Bueno, estupendo —repuso, sarcástico—. Me encanta saber que no te

importaría salir con él si y o no estuviera aquí.

Bajo aquella muestra de rabia, veía claramente que aquello suponía un duro

golpe para él, pero no era culpa mía que las cosas hubieran ido así.

—¿Aspen? —dije, en voz baja, para que me mirara—. Cuando te fuiste de la

casa del árbol, me dejaste destrozada.

—Mer, y a te he dicho que y o…

—Déjame acabar —resopló, pero se calló—. Te llevaste mis sueños, y el

único motivo por el que estoy aquí es porque tú insististe en que me apuntara.

Él sacudió la cabeza, con la rabia de saber que era cierto.

—He intentado recuperar el ánimo, y Maxon se preocupa de verdad por mí.

Tú significas mucho para mí, lo sabes. Pero ahora formo parte de esto, y sería

tonto por mi parte negarme a ver adónde me lleva.

—Así pues, ¿le estás escogiendo a él en lugar de a mí? —preguntó, en un tono

lastimoso.

—No, no se trata de escoger a ninguno de los dos, ni a él ni a ti. Estoy

escogiéndome a mí.

Aquella era la única verdad. Aún no sabía lo que quería, y no podía dejarme

llevar por lo que fuera más fácil o por lo que otros pensaran que era más

conveniente. Tenía que darme tiempo para decidir lo que era mejor para mí.

Aspen reflexionó un momento, aunque desde luego no estaba contento con lo

que había oído.

Por fin sonrió.

—Sabes que no me rendiré, ¿verdad? —Su tono era de desafío, y no pude

evitar sonreír. Lo cierto es que Aspen no era de los que admitían fácilmente la

derrota.

—La verdad es que este no es un buen lugar para intentar luchar por mí. Tu

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