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asegurarme de que nunca más tengas motivos para dudarlo.
Me encogí, como avergonzada.
—Aspen, sea lo que sea lo que éramos, o lo que seamos ahora, aquí no
podemos serlo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, cambiando de posición.
—Ahora formo parte de la Selección. Tengo que estar pendiente de Maxon, y
no puedo salir contigo, o lo que sea que estemos haciendo —dije, mientras
retorcía con los dedos un extremo del edredón.
Se quedó pensando un momento.
—Así pues, ¿me estabas mintiendo… cuando decías que no habías dejado de
quererme en ningún momento?
—No —le aseguré—. Te he llevado en el corazón todo este tiempo. Tú eres el
motivo por el que las cosas han ido tan lentas. A Maxon le gusto, pero no puedo
permitirme sentir nada por él mientras existas tú.
—Bueno, estupendo —repuso, sarcástico—. Me encanta saber que no te
importaría salir con él si y o no estuviera aquí.
Bajo aquella muestra de rabia, veía claramente que aquello suponía un duro
golpe para él, pero no era culpa mía que las cosas hubieran ido así.
—¿Aspen? —dije, en voz baja, para que me mirara—. Cuando te fuiste de la
casa del árbol, me dejaste destrozada.
—Mer, y a te he dicho que y o…
—Déjame acabar —resopló, pero se calló—. Te llevaste mis sueños, y el
único motivo por el que estoy aquí es porque tú insististe en que me apuntara.
Él sacudió la cabeza, con la rabia de saber que era cierto.
—He intentado recuperar el ánimo, y Maxon se preocupa de verdad por mí.
Tú significas mucho para mí, lo sabes. Pero ahora formo parte de esto, y sería
tonto por mi parte negarme a ver adónde me lleva.
—Así pues, ¿le estás escogiendo a él en lugar de a mí? —preguntó, en un tono
lastimoso.
—No, no se trata de escoger a ninguno de los dos, ni a él ni a ti. Estoy
escogiéndome a mí.
Aquella era la única verdad. Aún no sabía lo que quería, y no podía dejarme
llevar por lo que fuera más fácil o por lo que otros pensaran que era más
conveniente. Tenía que darme tiempo para decidir lo que era mejor para mí.
Aspen reflexionó un momento, aunque desde luego no estaba contento con lo
que había oído.
Por fin sonrió.
—Sabes que no me rendiré, ¿verdad? —Su tono era de desafío, y no pude
evitar sonreír. Lo cierto es que Aspen no era de los que admitían fácilmente la
derrota.
—La verdad es que este no es un buen lugar para intentar luchar por mí. Tu