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Capítulo 6
La semana siguiente no pararon de entrar y salir de casa funcionarios llegados
para prepararme para la Selección. Vino una mujer odiosa que aparentemente
pensaba que había mentido en la mitad de las cosas de mi solicitud, seguida de un
guardia de palacio que repasaba las medidas de seguridad con los soldados que
nos destinaron y que le dieron un buen repaso a la casa. Daba la impresión de
que, para preocuparse por posibles ataques rebeldes, no hacía falta esperar a
llegar a palacio. Estupendo.
Recibimos dos llamadas de una mujer llamada Silvia —que parecía muy
desenfadada, pero metódica al mismo tiempo— que quería saber si
necesitábamos alguna cosa. De entre las visitas que tuvimos, mi favorito fue un
hombre con una perilla que vino a tomarme medidas para el vestuario. Yo no
estaba segura de cómo me sentaría llevar constantemente vestidos tan formales
como los de la reina, pero esperaba con impaciencia mi cambio de vestuario.
El último de nuestros visitantes vino el miércoles por la tarde, dos días antes
de mi partida. Tenía la misión de repasar toda la normativa oficial conmigo. Era
increíblemente flaco, tenía el cabello negro y graso peinado hacia atrás y no
paraba de sudar. Al entrar en casa, preguntó si había algún lugar donde
pudiéramos hablar en privado. Aquello fue el primer indicio de que pasaba algo.
—Bueno, podemos sentarnos en la cocina, si le parece —sugirió mamá.
Él se secó la frente con un pañuelo y miró a May.
—De hecho, cualquier lugar irá bien. Pero creo que deberían pedirle a su hija
menor que espere fuera.
¿Qué podía tener que decirnos que May no pudiera oír?
—¿Mamá? —protestó ella, triste por quedarse al margen.
—May, cariño, ve a practicar con tu pintura. Esta última semana has dejado
el trabajo un poco de lado.
—Pero…
—Déjame que te acompañe, May —me ofrecí, al ver las lágrimas que
asomaban en sus ojos.
Ya en el otro extremo del pasillo, donde nadie nos podía oír, la cogí entre mis
brazos y la abracé.
—No te preocupes —le susurré—. Te lo contaré todo esta noche. Te lo
prometo.
Hay que reconocer que se controló y no descubrió nuestro acuerdo dando
saltitos de alegría como era habitual en ella. Se limitó a asentir en silencio y se
fue a su rincón en el estudio de papá.
Mamá preparó té para el flacucho y nos sentamos a la mesa de la cocina