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rostro de Gavril, así que no hubo modo de ver cuál fue su respuesta.
—Me temo que esta noche no tenemos más tiempo. Gracias por ver el Illéa
Capital Report. Nos veremos la semana que viene.
Y aparecieron los títulos de crédito y la música.
—America y Maxon, la parejita de moda… —se puso a bromear May.
Agarré un cojín y se lo tiré a la cabeza, pero la verdad es que la idea me
hacía reír. Maxon era tan remilgado que resultaba difícil imaginar que nadie
pudiera ser feliz con aquel pelele.
Me pasé el resto de la noche intentando evitar las bromitas de May, hasta que
por fin me fui a la habitación para estar sola. La simple idea de estar cerca de
Maxon Schreave me ponía incómoda. Las pullas de May se me quedaron en la
cabeza toda la noche, haciendo que me costara dormir.
No tenía muy claro qué era aquel sonido que me despertó, pero cuando fui
plenamente consciente intenté escrutar mi habitación en un silencio absoluto, por
si acaso había alguien allí.
Tap, tap, tap.
Me giré un poco hacia la ventana, y allí estaba Aspen, sonriéndome. Me
levanté de la cama y fui hasta la puerta de puntillas, la cerré y eché el pestillo.
Volví a la cama y abrí la ventana lentamente. En el momento en que Aspen
estuvo a mi lado, me entró una oleada de calor que no tenía nada que ver con el
verano.
—¿Qué haces aquí? —susurré, sonriendo en la oscuridad.
—Necesitaba verte —dijo, envolviéndome con los brazos y tirando de mí
hasta que quedamos tumbados uno junto al otro en la cama. Sentía su respiración
contra mi mejilla.
—Tengo muchísimo que contarte, Aspen.
—Chis, no digas nada. Si alguien nos oy e, se nos caerá el pelo. Deja que te
mire.
Obedecí. Me quede allí, quieta y en silencio, mientras Aspen me miraba a los
ojos. Cuando quedó satisfecho, empezó a pasarme la nariz por el cuello y por el
pelo. Y entonces sus manos se deslizaron por la curva de mi cintura, arriba y
abajo, una y otra vez. Oí que se le agitaba la respiración, y aquello, de algún
modo, me atrajo hacia él.
Sus labios, ocultos en mi cuello, empezaron a besarme. Se me entrecortó la
respiración. No podía evitarlo. Sus besos recorrieron mi barbilla y me taparon la
boca, silenciando mis jadeos. Me agarré a él, y, entre los abrazos desesperados y
la humedad de la noche, ambos quedamos empapados en sudor.
Fue un momento robado al destino.
Los labios de Aspen se detuvieron por fin, aunque y o no estaba en absoluto
predispuesta a parar. Pero teníamos que ser sensatos. Si íbamos más allá y algún
día se descubría, ambos acabaríamos en la cárcel.