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mismo tono.
—De acuerdo —respondió, excitada.
Justo delante de nosotras estaba Amy, que se giró:
—Tengo la sensación de que se me salen las horquillas. ¿Podéis echarles un
vistazo, chicas?
Sin decir palabra, Marlee metió sus finos dedos entre los rizos de Amy y
tanteó en busca de horquillas sueltas.
—¿Mejor?
Amy suspiró.
—Sí, gracias.
—America, ¿tengo pintalabios en los dientes? —me preguntó Zoe.
Me giré a la izquierda y me la encontré con una sonrisa forzada,
mostrándome unos dientes de un blanco perla.
—No, estás bien —respondí, comprobando por el rabillo del ojo que Marlee
asentía en señal de confirmación.
—Gracias. ¿Cómo puede estar tan tranquilo? —preguntó Zoe, señalando a
Maxon, que estaba hablando con un miembro del equipo. Entonces se inclinó
hacia delante, metió la cabeza entre las piernas y se puso a hacer ejercicios de
respiración controlada.
Marlee y y o nos miramos, desconcertadas, e intentamos no reírnos. Era
difícil si seguíamos mirándola, así que echamos un vistazo a la sala y charlamos
sobre lo que llevaban puestas las demás. Varias de las chicas llevaban vestidos de
un rojo seductor y de alegres tonos verdes, pero ninguna iba de azul. Olivia se
había atrevido a vestirse de naranja. Yo, desde luego, no sabía mucho sobre
moda, pero Marlee y y o coincidimos en que alguien tendría que haberla
advertido. Aquel color le daba a su piel un tono verdoso.
Dos minutos antes de que encendieran las cámaras nos dimos cuenta de que
no era el vestido lo que le daba aquel color verde. Olivia vomitó estentóreamente
en la papelera más cercana y cayó al suelo. Silvia acudió al momento y
aparecieron varias personas para limpiarle el sudor y ayudarla a sentarse. La
situaron en la fila de atrás, con un pequeño recipiente a sus pies, por si acaso.
Bariel estaba sentada justo delante de ella. No oí lo que le dijo desde mi
posición, pero daba la impresión de que aquella chica estaba dispuesta a lanzarse
sobre la pobre Olivia si volvía a tener vómitos cerca de ella.
Supuse que Maxon había visto u oído parte de la escena, y miré en su
dirección para ver si reaccionaba de algún modo. Pero él no estaba mirando
hacia el lugar del suceso; me observaba a mí. Rápidamente —tanto que cualquier
otra persona habría pensado que se estaba rascando— Maxon levantó la mano y
se tiró de la oreja. Yo repetí la acción, y ambos nos giramos.
Estaba nerviosa pensando que aquella noche, tras la cena, se pasaría por mi
habitación.