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La Seleccion - Kiera Cass

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—Ya está bien —dijo Maxon, con un suspiro—. Ahora no quiero hablar de las

otras.

—Intentó quitarme el vestido, Maxon.

—He dicho que no quiero hablar de ella —repitió, airado.

Ahí se acababa la cosa. Levanté los brazos y los dejé caer con fuerza sobre

las piernas. Estaba tan frustrada que habría querido gritar.

—Si vas a actuar de este modo, me voy a buscar a alguien que sí quiera mi

compañía —dijo, y emprendió la marcha.

—¡Eh!

—¡No! —Se giró y me habló más enfadado de lo que imaginé que lo vería

nunca—. Se te olvida una cosa, Lady America. Harías bien en recordar que soy

el príncipe de la Corona de Illéa. A todos los efectos, soy el dueño y señor de este

país, y te equivocas si crees que me puedes tratar así en mi propia casa. No

tienes por qué estar de acuerdo con mis decisiones, pero las « acatarás» .

Se giró y se fue, sin ver —o sin importarle— las lágrimas que acudieron a

mis ojos.

No dirigí la mirada hacia él durante la cena, pero fue difícil no hacerlo

durante el Report. Lo pillé dos veces mirándome, y ambas se tiró de la oreja. No

le devolví el gesto. En aquel momento no tenía ningunas ganas de hablar con él.

Seguro que me volvería a reñir, y era algo que no necesitaba.

A continuación me dirigí a mi habitación, tan disgustada con Maxon que no

podía pensar con claridad. ¿Por qué no me escuchaba? ¿Acaso pensaba que

mentía? O, peor aún, ¿creía que Celeste estaba por encima de la verdad?

Supongo que no era más que el típico chico, y Celeste la clásica chica guapa,

y que al final aquello sería lo que importaría. Por mucho que hablara de que

deseaba una compañera para la vida, quizá lo único que quería era una

compañera para la cama.

Y si era de esos, ¿por qué se molestaba siquiera en hacer todo aquello? ¡Tonta,

tonta, tonta! ¡Le había besado! ¡Le había pedido que tuviera paciencia! ¿Y para

qué? Ojalá…

Giré la esquina y llegué a mi habitación, y ahí estaba Aspen, haciendo

guardia frente a mi puerta. Toda mi rabia se fundió y se convirtió en una extraña

inseguridad. Los guardias, como norma, mantienen la vista al frente y no se

distraen, pero él me estaba mirando con una expresión inescrutable.

—Lady America —susurró.

—Soldado Leger.

Aunque no era tarea suy a, dio un paso adelante y me abrió la puerta. Entré

despacio, casi con miedo de girarme, casi con miedo de que no fuera real. Por

mucho que intentara quitármelo de la cabeza y del corazón, deseaba tenerlo a mi

lado en aquel momento. Al pasar, le oí aspirar el aire junto a mis cabellos. Me

dio un escalofrío.

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