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La Seleccion - Kiera Cass

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Quería ver su rostro una vez más si podía. No sabía si habría venido. El día

anterior me había dicho que estaba preciosa, pero se había mostrado aún más

distante y reservado que en la casa del árbol. Habíamos acabado, y lo sabía.

Pero no puedes amar a una persona casi dos años y luego olvidarlo de la noche a

la mañana.

Tuve que pasear la vista varias veces por entre la gente, pero por fin lo

encontré, y de inmediato deseé no haberlo hecho. Aspen estaba allí de pie, con

Brenna Butler delante de él, agarrándola por la cintura desenfadadamente y

sonriendo.

Quizá sí había gente que podía olvidar de la noche a la mañana.

Brenna era una Seis y debía de tener mi edad. Era bastante guapa, supongo,

aunque no se parecía en nada a mí. Tal vez ella se quedara con la boda y la vida

que antes iba a ser para mí. Y, al parecer, a Aspen la posibilidad de ser reclutado

no le importaba y a tanto. Ella le sonrió y luego fue a reunirse con su familia.

¿Acaso ya le gustaba Brenna desde antes? A lo mejor se veían cada día,

mientras que yo solo le daba de comer y le cubría de besos una vez por semana.

Tal vez todo el resto del tiempo del que no me hablaba durante nuestras

conversaciones furtivas no se correspondía simplemente con largas horas de

tediosos inventarios.

Estaba demasiado furiosa como para llorar.

Además, tenía admiradores que reclamaban mi atención. Y Aspen ni siquiera

se había dado cuenta de que lo había visto. Me volqué con aquellos rostros

entregados. Volví a lucir mi mejor sonrisa y me puse a saludar. No le iba a dar a

Aspen la satisfacción de romperme el corazón una vez más. Estaba allí por su

culpa, e iba a aprovecharlo.

—¡Damas y caballeros, despidamos como se merece a America Singer,

nuestra hija de Illéa predilecta! —Jaleó el alcalde.

Detrás de mí, una pequeña banda tocó el himno nacional.

Más vítores, más flores. De pronto me encontré al alcalde hablándome al

oído.

—¿Querrías decir algo, querida?

No sabía cómo decir que no sin parecer maleducada.

—Gracias, pero estoy tan impresionada que no creo que pueda.

—Por supuesto, pequeña —dijo él, cogiéndome las manos entre las suy as—.

No te preocupes. Yo me ocuparé de todo. Ya te prepararán para estas cosas en

palacio. Lo necesitarás.

Entonces el alcalde procedió a ensalzar mis virtudes ante la audiencia,

mencionando solapadamente que era muy inteligente y atractiva, para ser una

Cinco. No parecía un mal tipo, pero a veces hasta los miembros más agradables

de las castas superiores se mostraban condescendientes.

Al pasar la vista por la multitud, una vez más vi el rostro de Aspen. Parecía

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