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La Seleccion - Kiera Cass

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cosa de la otra.

—Buena suerte con eso —repuse, mordaz.

Tras mi comentario socarrón me quedé un momento en silencio. Lo miré por

el rabillo del ojo, esperando que dijera algo. Él fijó la mirada en un punto

indefinido del césped, con expresión preocupada. Daba la impresión de que

aquello le inquietaba desde siempre. Respiró hondo y volvió a mirarme.

—¿Y tú por qué luchas?

—En realidad, yo estoy aquí por error.

—¿Por error?

—Sí. Algo así. Bueno, es una larga historia. Y ahora… estoy aquí. Y no voy a

luchar. Mi plan es disfrutar de la comida hasta que me des la patada.

Al oír aquello soltó una carcajada. De hecho se dobló en dos de la risa y se

dio una palmada en la rodilla. Era una extraña mezcla de rigidez y calma.

—¿Tú qué eres? —preguntó.

—¿Perdón?

—¿Una Dos? ¿Una Tres?

¿Es que no se enteraba?

—Una Cinco.

—Ah, y a. Bueno, en ese caso la comida quizá pudiera ser una buena

motivación para quedarse —volvió a reírse—. Lo siento, no veo bien tu broche

con la oscuridad.

—Me llamo America.

—Bueno, me parece perfecto —Maxon plantó la vista en la profundidad de la

noche y sonrió. Parecía que todo aquello le divertía—. America, querida, espero

que encuentres algo en esta jaula por lo que valga la pena pelear. Después de

esto, no me imagino cómo será verte luchar por algo que quieras de verdad.

Bajó del banco y se agachó, poniéndose a mi lado. Estaba demasiado cerca.

Yo no podía pensar con claridad. Quizá fuera que me impresionaba la situación, o

que aún estaba algo temblorosa tras mi crisis de llanto. En cualquier caso, me

pilló tan por sorpresa que me cogiera la mano que no fui capaz de protestar.

—Si esto te hace feliz, puedo decirle al servicio que te gusta el jardín. Así

podrás salir por las noches sin tener que ir de la mano del guardia. Aunque

preferiría que tuvieras uno cerca.

Eso me interesaba. Cualquier tipo de libertad me sonaba de maravilla, pero

quería dejarle perfectamente claros mis sentimientos.

—Yo no… No quiero nada de ti —dije, apartando los dedos de su mano.

Aquello le pilló desprevenido, y pareció algo dolido.

—Como desees.

Me sentía arrepentida. Solo porque no me gustara aquel tipo no tenía por qué

hacerle daño.

—¿Volverás a entrar pronto?

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