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La Seleccion - Kiera Cass

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Capítulo 4

Era viernes, de modo que el noticiario Illéa Capital Report sería a las ocho. No es

que estuviéramos obligados a verlo, pero resultaba conveniente. Incluso los

Ochos —los sin techo, los vagabundos— se buscaban alguna tienda o alguna

iglesia donde pudieran ver el Report. Y con la Selección en ciernes, era algo más

que aconsejable. Todo el mundo quería saber qué sucedía al respecto.

—¿Crees que anunciarán a las ganadoras esta noche? —preguntó May,

metiéndose una cucharada de puré de patata en la boca.

—No, cariño. Todas las candidatas tienen aún nueve días para presentar sus

solicitudes. Probablemente no sepamos nada hasta dentro de dos semanas —

respondió mamá, con el tono de voz más tranquilo que le había oído en años.

Estaba completamente serena, satisfecha de haber conseguido algo que quería de

verdad.

—¡Jo! Qué largo se me va a hacer —se quejó May.

¿Se le iba a hacer largo a ella? ¡Era mi nombre el que estaba en el bombo!

—Tu madre me ha dicho que habéis tenido que hacer una cola bastante larga

—intervino papá. Me sorprendió que quisiera tomar parte en la conversación.

—Sí —respondí—. No esperaba que hubiera tantas chicas. No sé por qué van

a esperar nueve días más. Juraría que toda la provincia se ha apuntado y a.

Papá chasqueó la lengua.

—Te habrás divertido haciendo cábalas sobre tus posibilidades…

—Ni me he molestado —respondí con sinceridad—. Eso se lo he dejado a

mamá.

Ella asintió.

—Pues sí, no he podido evitar darle vueltas al asunto. Pero creo que America

iba muy bien, arreglada pero natural. ¡Y además, estabas tan guapa, cariño! Si

realmente se fijan en el aspecto, en lugar de elegir por sorteo, tienes aún más

posibilidades de las que me pensaba.

—No sé —dije—. Había una chica que llevaba tanto pintalabios que parecía

que estaba sangrando. A lo mejor a los príncipes les gusta eso.

Todos se rieron, y mamá y yo seguimos deleitándolos con nuestros

comentarios sobre los atuendos de las otras chicas. May no se perdía detalle.

Gerad se limitó a sonreír entre bocado y bocado. A veces nos olvidábamos de la

tensión constante en la que vivíamos últimamente, más o menos desde que Gerad

tenía uso de razón.

A las ocho nos amontonamos todos en el salón —papá en su sillón, May junto

a mamá en el sofá, con Gerad en el regazo, y y o tirada por el suelo— y pusimos

el canal de acceso público de la tele. Era el único canal que no había que pagar,

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