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saludaron con la mano. Les devolví el saludo. Todo el mundo parecía estar feliz y
de buen humor.
Salvo Celeste y Bariel. Generalmente eran inseparables, pero en aquel
momento se encontraban en extremos opuestos de la habitación: Bariel hablaba
con Samantha; Celeste estaba sola en una mesa, agarrando una copa de cristal
con un líquido de un color rojo intenso. Estaba claro que me había perdido algo
de lo que había ocurrido entre la cena del día anterior y aquel momento.
Cogí de nuevo la funda de mi violín y me dirigí al fondo de la sala para ver a
Marlee.
—Hola, Marlee. Vay a fiesta, ¿no? —pregunté, dejando el violín en el suelo.
—Desde luego —me abrazó—. He oído que Maxon vendrá más tarde para
desearle a Kriss feliz cumpleaños en persona. ¿No es encantador? Supongo que él
también tendrá un regalo.
Marlee siguió adelante con su típico entusiasmo. Yo aún me preguntaba cuál
era su secreto, pero confiaba en que me lo contaría si lo necesitaba. Hablamos de
tonterías unos minutos hasta que oímos un clamor generalizado en la entrada al
salón.
Marlee y yo nos giramos y, aunque ella mantuvo la calma, sentí que me
deshinchaba por completo.
La elección del vestido de Kriss había sido un acto de estrategia increíble.
Todas íbamos vestidas de día —con vestidos cortos e inocentes— y ella llevaba
un vestido de ceremonia hasta el suelo. Pero no era solo la longitud. Era de un
color crema casi blanquecino. La habían peinado con una sarta de joy as
amarillas que trazaban una línea sobre la frente y que recordaban sutilmente una
corona. Se la veía madura, regia, como una novia.
Aunque no sabía muy bien qué pensar, sentí un pinchazo de celos. Ninguna de
nosotras disfrutaría de un momento como aquel. Por muchas fiestas o cenas que
hubiera, quedaría bastante patético intentar copiar la imagen de Kriss. La mano
de Celeste —la que no sostenía la copa— se convirtió en un puño.
—Está preciosa —comentó Marlee, con un aire melancólico.
—Más que preciosa —respondí.
La fiesta siguió, y Marlee y y o nos limitamos casi a observar a la multitud.
Sorprendentemente —y sospechosamente—, Celeste se pegó a Kriss, hablando
sin cesar mientras la otra chica iba recorriendo al sala, dándole las gracias a todo
el mundo por venir, aunque en realidad no teníamos opción.
Al final llegó a la esquina donde estábamos Marlee y y o, calentándonos al sol
de la ventana. Marlee, como era de esperar, se lanzó hacia Kriss en un abrazo.
—¡Feliz cumpleaños! —exclamó, eufórica.
—¡Gracias! —respondió Kriss, mostrando el mismo afecto y entusiasmo que
Marlee.
—Así que hoy cumples diecinueve, ¿verdad? —preguntó Marlee.