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sitios. Las demás, por favor, pasad con Silvia al comedor. Enseguida me reuniré
con vosotras.
¿Que se quedaran? ¿Eso era buena señal?
Me puse en pie, con la may oría de las chicas, y nos pusimos en marcha.
Sería que deseaba pasar un rato más con las otras. Vi que Ashley era una de
ellas. Sin duda era una chica especial, tenía todo el aspecto de una princesa. El
resto eran chicas a las que no había llegado a conocer. Tampoco es que ellas
tuvieran ningunas ganas de conocerme a mí. Las cámaras se quedaron atrás para
capturar cualquier momento especial que pudiera producirse, y las demás
salimos de allí.
Entramos en el salón de banquetes y allí, con un aspecto más majestuoso del
que me habría podido llegar a imaginar, estaban el rey Clarkson y la reina
Amberly. También había otros equipos de televisión pululando por la sala para
captar nuestro primer encuentro. Dudé, preguntándome si deberíamos volver a la
puerta y esperar a que nos hicieran pasar. Pero casi todas las demás, aunque
vacilantes, siguieron adelante. Me dirigí rápidamente a mi silla, intentando no
llamar mucho la atención.
Silvia entró apenas dos segundos más tarde y tomó las riendas de la situación.
—Señoritas, me temo que esto aún no se lo hemos enseñado —dijo—. Cada
vez que entren en una estancia en la que estén el rey o la reina, o si ellos entran
en el lugar donde están ustedes, lo correcto es hacer una reverencia. Luego,
cuando se dirijan a ustedes, pueden volver a levantarse y tomar su asiento. Todas
juntas, ¿de acuerdo? —Y todas hicimos una reverencia en dirección a la
cabecera de la mesa.
—Bienvenidas, chicas —saludó la reina—. Por favor, tomad asiento, y
bienvenidas a palacio. Estamos muy contentos de que estéis aquí —había algo
agradable en su voz. Era tranquila, al igual que su expresión, pero al mismo
tiempo tenía personalidad.
Tal como había dicho Silvia, los criados acudieron a servirnos el zumo de
naranja por la derecha. Nuestros platos llegaron cubiertos en grandes bandejas, y
los criados los destaparon justo cuando los teníamos delante. Una deliciosa ráfaga
de olor procedente de mis tortitas me impactó en la cara. Afortunadamente, los
murmullos de admiración de toda la sala taparon los ruidos de mi estómago.
El rey Clarkson bendijo la mesa y empezamos a comer. Unos minutos más
tarde entró el príncipe Maxon, pero antes de que tuviéramos tiempo de
levantarnos se dirigió a nosotras:
—Por favor, no se levanten, señoritas. Disfruten de su desayuno.
Se dirigió a la cabeza de la mesa, le dio un beso a su madre en la mejilla, una
palmadita a su padre en el hombro y se sentó, a la izquierda del rey. Hizo unos
comentarios al may ordomo que tenía más cerca, que soltó una risita silenciosa, y
se puso a comer.