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La Seleccion - Kiera Cass

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—Traeré los medicamentos —se ofreció Lucy, corriendo al baño.

—Perdóneme, señorita —se disculpó Aspen, mientras mis doncellas se

ponían manos a la obra—. No quiero molestarla más. Volveré cuando se

encuentre mejor.

En sus ojos veía la misma cara que había besado mil veces en la casa del

árbol. El mundo a nuestro alrededor era completamente nuevo, pero aquella

conexión entre nosotros era la misma de siempre.

—Gracias, soldado —dije, sin fuerzas.

Él hizo una pequeña reverencia y se dirigió a la puerta.

Enseguida tuve a mis doncellas revoloteando alrededor, intentando curarme

de una enfermedad inexistente.

La cabeza no me dolía; me dolía el corazón. El deseo que sentía de que Aspen

me abrazara me era tan familiar que daba la impresión de no haber

desaparecido nunca.

Me desperté zarandeada por los hombros y me encontré con que era Anne, y

que aún era de noche.

—¿Qué…?

—¡Por favor, señorita, tiene que levantarse! —dijo, agitada, presa del terror.

—¿Qué pasa? ¿Te encuentras mal?

—No, no. Tenemos que llevarla al sótano; están atacándonos.

Aún estaba atontada; no tenía claro que lo que oía fuera cierto. Pero vi que

Lucy, tras ella, y a estaba llorando.

—¿Han entrado? —pregunté, incrédula.

El llanto aterrado de Lucy me confirmó que así era.

—¿Qué hacemos? —pregunté.

Una ráfaga de adrenalina me despertó de pronto, y salté de la cama. En

cuanto estuve en pie, Mary me calzó unos zapatos y Anne me puso una bata. Lo

único que me venía a la cabeza era: « ¿Norte o sur? ¿Norte o sur?» .

—Hay un pasadizo aquí, en la esquina. La llevará directamente al refugio del

sótano. Los guardias están esperándolas. La familia real ya debería estar allí, y

también la may oría de las chicas. Dese prisa, señorita.

Anne me arrastró al pasillo y empujó un tabique. Se abrió un trozo, como un

pasaje oculto de una novela de misterio. Efectivamente, tras la pared había una

escalera. En aquel momento, Tiny salió como una flecha de su habitación y se

escabulló por el pasadizo.

—Muy bien, vamos —dije. Anne y Mary se me quedaron mirando. Lucy

estaba temblando hasta el punto de que apenas se mantenía en pie—. Vamos —

repetí.

—No, señorita. Nosotras vamos a otro sitio. Tiene que darse prisa antes de

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