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La Seleccion - Kiera Cass

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Capítulo 16

Cuando me desperté, a la mañana siguiente, me pesaban los párpados. En el

momento en que me los frotaba para desentumecerlos, me alegré de haberle

contado todo aquello a Maxon. Se me hacía raro que el palacio —aquella jaula

de oro— fuera precisamente el lugar donde pudiera abrirme y comunicar todo lo

que sentía.

La promesa de Maxon se había ido afianzando en mi interior, y ahora me

sentía segura. Todo aquel proceso de eliminación que tenía que hacer, partiendo

de treinta y cinco hasta dejar solo una, le llevaría semanas, o quizá meses. Y

tiempo era justo lo que y o necesitaba. No estaba segura de superar nunca lo de

Aspen. Había oído decir a mi madre que el primer amor es el que llevas contigo

toda la vida. Aunque tal vez, con el paso de los días, antes o después conseguiría

que no me afectara. Mis doncellas no me preguntaron por mis ojos hinchados; se

limitaron a disimular la hinchazón. No dijeron nada sobre mi cabello

enmarañado; simplemente lo desenredaron y lo suavizaron. Y eso me gustó. No

era como en casa, donde todo el mundo se daba cuenta de cuándo estaba triste,

aunque no hacían nada al respecto. Aquí tenía la sensación de que todos se

preocupaban por mí y de lo que me pasaba. Y respondían tratándome con sumo

cuidado.

A media mañana ya estaba lista para empezar el día. Era sábado, así que no

había rutinas ni horarios, pero era el día de la semana en el que todas teníamos

que estar en la Sala de las Mujeres. El palacio recibía invitados los sábados, y se

nos había advertido de que alguien podía querer conocernos. A mí aquello no me

hacía demasiada gracia, pero por lo menos me dejaron ponerme mis vaqueros

nuevos por primera vez. Por supuesto, nunca unos pantalones me habían quedado

tan bien. Esperaba que, con la buena relación que tenía con Maxon, me

permitiera quedármelos cuando me fuera.

Bajé despacio, algo cansada tras la noche anterior. Antes de llegar siquiera a

la Sala de las Mujeres oí el murmullo de sus conversaciones y, cuando entré,

Marlee me agarró y se me llevó hacia un par de sillas en la parte trasera de la

sala.

—¡Por fin! ¡Te estaba esperando! —exclamó.

—Lo siento, Marlee. Me acosté tarde y tenía sueño.

Ella se me quedó mirando, probablemente consciente del rastro de tristeza

que quedaba en mi voz, pero decidida a dirigir la conversación hacia mis

vaqueros.

—¡Son fantásticos!

—¿Verdad? Nunca me he puesto nada tan cómodo —dije, algo más animada.

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