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—En realidad —dije, con un suspiro—, había traído el violín para dedicarte
algo por tu cumpleaños. Pensé que sería un buen regalo, pero y a tienes un
cuarteto, así que imaginé…
—¡Oh, toca para nosotras! —suplicó Marlee.
—¡Por favor, America, es mi cumpleaños! —insistió Kriss.
—¡Pero si y a te han regalado un…!
Pese a mis protestas, Kriss y Marlee ya habían hecho callar al cuarteto y
habían atraído a todo el mundo a la parte de atrás de la sala. Algunas de las
chicas se sentaron en el suelo con sus vestidos extendidos, mientras que otras
cogían sillas y se acercaban a nuestra esquina. Kriss se situó en el centro del
grupo, con las manos apretadas de la emoción, y Celeste se quedó a su lado,
sosteniendo con la mano la copa de cristal de la que aún no había bebido ni un
sorbo.
Mientras las chicas tomaban posiciones, preparé el violín. El cuarteto de
jóvenes que había estado tocando se acercó para acompañarme, y los
camareros que había por la sala se quedaron quietos por fin.
Respiré hondo y me llevé el violín a la barbilla.
—Para ti —dije, mirando a Kriss.
Dejé el arco flotando sobre las cuerdas un momento, cerré los ojos y
comencé a tocar.
Por un momento desaparecieron la malvada Celeste, la amenaza de Aspen
en palacio, los rebeldes intentando invadirnos. No quedó nada más que una nota
perfecta dejando paso a otra, como si fueran reticentes a perderse en el tiempo
sin sus compañeras. Pero se agarraban unas a otras, y, mientras flotaban en el
aire, lo que debía ser un regalo para Kriss se convirtió en un regalo para mí
misma.
Quizá fuera una Cinco, pero no por ello me sentía inferior.
Toqué la pieza —tan familiar para mí como la voz de mi padre o el olor de mi
habitación—, unos momentos, breves pero bellos, y luego dejé que llegara a su
inevitable final. Di una última pasada al arco sobre las cuerdas y lo levanté.
Me giré hacia Kriss, esperando que le hubiera gustado su regalo, pero ni
siquiera vi su rostro. Tras el grupo de chicas estaba Maxon. Llevaba un traje gris
y una caja bajo el brazo, para Kriss. Las chicas estaban aplaudiendo
educadamente, pero y o no percibía el sonido de sus aplausos. Lo único que veía
era la atractiva expresión de sorpresa de Maxon, que poco a poco se convirtió en
una sonrisa, una sonrisa que era solo para mí.
—Majestad —saludé, con una reverencia.
Las otras chicas se pusieron en pie para saludar a Maxon. Y en medio de todo
aquello, oí un chillido de sorpresa.
—¡Oh, no! ¡Kriss, cómo lo siento!
Unas cuantas chicas miraban en la misma dirección, y, cuando Kriss se giró