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conocer a esas señoritas encantadoras, una de las cuales será nuestra nueva
princesa, voy a tener el placer de hablar con el hombre del momento, nuestro
príncipe Maxon.
Al momento, Maxon cruzó la alfombra y se dirigió a un par de asientos
preparados para él y para Gavril. Se ajustó la corbata y se alisó el traje, como si
no estuviera lo suficientemente acicalado. Le dio la mano a Gavril, se sentó
frente a él y cogió un micrófono. La silla era lo bastante alta como para que
Maxon tuviera que apoyar los pies en una barra situada a media altura. Aquella
postura le daba un aspecto mucho más informal.
—Un placer verle de nuevo, alteza.
—Gracias, Gavril. El placer es mío —respondió, con una voz tan estudiada
como su aspecto. Irradiaba formalidad. Arrugué la nariz ante la idea de
encontrarme aunque solo fuera en la misma estancia que él.
—Dentro de menos de un mes, treinta y cinco mujeres se mudarán a su casa.
¿Qué le parece la idea?
Maxon se rio.
—Bueno, sinceramente, me inquieta un poco. Me imagino que con tantas
invitadas habrá mucho más jaleo. Aun así, estoy deseándolo.
—¿Le ha pedido consejo a su querido padre sobre cómo lo hizo él para
conquistar a una esposa tan bella cuando le llegó la ocasión?
Maxon y Gavril miraron en dirección a los reyes, y la cámara los enfocó
para que viéramos cómo se miraban, sonrientes y cogidos de la mano. Parecía
de verdad, pero ¿cómo íbamos a saberlo?
—En realidad, no. Como sabes, la situación en Nueva Asia ha empeorado
últimamente, y los dos nos hemos dedicado más a los asuntos militares. No ha
habido ocasión de hablar de chicas.
Mamá y May se rieron. Supongo que lo encontraban divertido.
—No nos queda mucho tiempo, así que querría hacerle una pregunta más.
¿Cómo se imagina que será para usted la chica perfecta?
Dio la impresión de que la pregunta le había pillado desprevenido. No podría
estar segura, pero me pareció que se ruborizaba.
—La verdad es que no lo sé. Supongo que eso es lo bonito de la Selección. No
habrá dos candidatas iguales: ni en imagen ni en gustos o disposición. Y
conociéndolas y hablando con ellas espero descubrir lo que quiero, encontrarlo
durante el proceso —dijo el príncipe, sonriente.
—Gracias, alteza. Muy bien dicho. Y creo que hablo por toda Illéa cuando le
deseo toda la suerte del mundo.
Gavril le tendió la mano para despedirse.
—Gracias —repuso Maxon.
La cámara no cortó el plano lo suficientemente rápido, y se pudo ver cómo
miraba a sus padres, para ver si había dicho lo correcto. El siguiente plano fue del