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y o había leído en mi viejo libro de historia, el palacio era infinitamente mayor y
más lujoso, pero, aun así, me habría gustado que continuara en pie para verla.
Seguí por el pasillo y llegué hasta un retrato de la familia real. Parecía
antiguo; en aquella imagen, Maxon era más bajo que su madre. Ahora, en
cambio, era mucho más alto.
En el tiempo que llevaba en palacio, solo los había visto juntos en las cenas y
durante la emisión del Illéa Capital Report. ¿Serían muy reservados? A lo mejor
no les gustaba tener a tantas chicas en su casa, y lo aguantaban solo porque no les
quedaba otro remedio. Yo no sabía qué pensar de aquella familia invisible.
—¿America?
Al oír mi nombre me giré. Maxon se me acercaba a paso ligero por el pasillo.
Me sentí como si lo viera por primera vez.
Se había quitado la casaca, y llevaba la camisa blanca arremangada. La
corbata, que era azul la llevaba floja, y el cabello, siempre tan engominado, se le
movía un poco con cada movimiento. A diferencia de la imagen de uniforme del
día anterior, tenía un aspecto más joven, más real.
Me quedé inmóvil. Maxon se me acercó y me cogió de las muñecas.
—¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
—Nada, estoy bien —respondí.
Maxon resopló. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la
respiración.
—Gracias a Dios. Al recibir tu nota, he pensado que estarías enferma o que le
habría pasado algo a tu familia.
—¡Oh! Oh, no, Maxon, lo siento. Ya sabía que era una tontería. Es solo que no
sabía si estarías a la hora de la cena, y quería verte.
—Bueno, ¿para qué? —preguntó. Aún me miraba con el ceño fruncido, como
si quisiera asegurarse de que no hubiera roto nada.
—Solo quería verte.
Maxon dejó de moverse. Me miró a los ojos, como maravillado.
—¿Solo querías verme? —respondió, agradablemente sorprendido.
—No te sorprendas tanto. Los amigos suelen pasar tiempo juntos —dije, y
con el tono de mi voz se sobreentendía el « por supuesto» .
—Ah, estás enfadada conmigo porque he estado ocupado toda la semana,
¿no? No pretendía descuidar nuestra amistad, America —ahora y a volvía a ser el
Maxon correcto y diplomático.
—No, no estoy enfadada. Solo me estaba explicando. Pareces ocupado.
Vuelve a tu trabajo, y ya te veré cuando estés libre —me di cuenta de que aún
me tenía cogida por las muñecas.
—Bueno, ¿te importa si me quedo unos minutos? Arriba están celebrando una
reunión sobre presupuestos, y detesto esas cosas —dijo. Y sin esperar respuesta
me arrastró hacia un pequeño y mullido sofá hacia la mitad del pasillo, bajo una