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—America —me llamó alguien. Me giré y a mi derecha vi a Elayna y Leah
hablando con una mujer casi idéntica a la reina—. Ven a conocer a la hermana
de la reina —dijo Elay na. Había algo en su tono que no podía definir, pero que
me puso algo nerviosa.
Me acerqué y le hice una reverencia a la dama, que se rio.
—Deja eso, cariño. Yo no soy la reina. Soy Adele, la hermana may or de
Amberly.
Me tendió la mano y se la estreché. En ese momento se le escapó el hipo. La
mujer tenía algo de acento, y había en ella algo reconfortante, que me recordaba
a mi casa. Estaba algo inclinada hacia delante y sostenía una copa de vino casi
vacía en la mano. Por la pesadez de su mirada era evidente que no era la
primera que se tomaba.
—¿De dónde es usted? Me encanta su acento —dije.
Entre las chicas había alguna del sur que hablaba de forma parecida, y
aquellas voces me parecían increíblemente románticas.
—Honduragua. En la costa. Nos criamos en una casa diminuta —afirmó,
mostrando un espacio de un centímetro entre el pulgar y el índice—. Y mírala
ahora. Mírame a mí —dijo, señalando su vestido—. Menudo cambio.
—Yo vivo en Carolina, y mis padres me llevaron a la costa una vez. Me
encantó —respondí.
—Oh, no, no, no, niña —intervino ella, agitando la mano. Elayna y Leah
parecían estar aguantándose la risa. Evidentemente no les parecía correcto que la
hermana de la reina nos hablara con tanta familiaridad—. Las playas del centro
de Illéa son una basura comparadas con las del sur. Tienes que ir a verlas algún
día.
Sonreí y asentí, pensando que me encantaría viajar más por el país, aunque
dudaba que pudiera hacerlo. Poco después, uno de los muchos hijos de Adele se
acercó y se la llevó, y Elayna y Leah estallaron de risa.
—¿No es graciosísima? —preguntó Leah.
—No sé. Parece agradable —respondí, encogiéndome de hombros.
—Es vulgar —respondió Elayna—. Deberías haber oído todo lo que dijo antes
de que llegaras tú.
—¿Qué es lo que tiene de malo?
—Yo pensaba que con el paso de los años le habrían dado unas cuantas clases
para que aprendiera a mantener la compostura. ¿Cómo es que Silvia no se ha
encargado de ella? —preguntó Leah, con una sonrisita socarrona.
—No olvides que es una Cuatro de nacimiento. Igual que tú —le espeté.
De pronto, la sonrisa socarrona desapareció, y debió de recordar que Adele y
ella no eran tan diferentes. Elayna, en cambio, siempre había sido una Tres y
siguió hablando.
—Puedes estar segura de que, si gano, haré que mi familia reciba la