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Evidentemente, serían las primeras en morir si alguien llegaba a entrar. ¡Pero si
eso no ocurría, pasarían un montón de tiempo junto a Maxon! Unas cuantas
estaban más cerca de nosotras, y la may oría estaba en un estado similar al de
Lucy : temblando, llorando y petrificadas de miedo.
Mientras Anne iba atendiendo a los demás, rodeé a Lucy con un brazo, y
Mary se le acurrucó al otro lado. No había nada agradable que decir del refugio
ni de la situación, así que nos quedamos en silencio un buen rato, escuchando el
ruido de las voces. Aquel parloteo me recordó mi primer día en el palacio,
cuando nos vistieron y nos maquillaron. Cerré los ojos y me imaginé aquel
momento en un intento por tranquilizarme.
—¿Estás bien?
Levanté la vista y me encontré con Aspen, elegantísimo con su uniforme.
Hablaba en tono formal, y no parecía afectado en absoluto por la situación.
Suspiré.
—Sí, gracias.
Permanecimos un momento en silencio, observando cómo la gente se iba
distribuyendo por la sala. Era obvio que Mary estaba exhausta: y a dormía,
apoyada en el costado de Lucy. Ella estaba bastante tranquila, dentro de lo que
cabía esperar. Ya había dejado de llorar y estaba ahí sentada, mirando a Aspen
como encandilada.
—Ha sido un detalle que trajeras a tus doncellas. No todo el mundo es tan
amable con gente que considera inferior —dijo.
—Las castas nunca me han importado demasiado —respondí, en voz baja.
Él esbozó una sonrisa.
Lucy cogió aire, como si fuera a hacerle una pregunta a Aspen, pero un
sonoro grito atravesó la cámara. En el otro extremo de la sala, un guardia ordenó
silencio.
Aspen se alejó, lo cual no me disgustó. Temía que alguien pudiera ver algo.
—Es el mismo guardia de antes, ¿no? —preguntó Lucy.
—Sí.
—Lo he visto de guardia en su puerta últimamente. Es encantador —señaló.
Estaba segura de que Aspen habría saludado a mis doncellas con la misma
amabilidad con que me saludaba a mí cuando nos cruzábamos por los pasillos. Al
fin y al cabo, ellos eran todos Seises.
—Y es muy guapo —añadió Lucy.
Sonreí y me planteé decir algo, pero el mismo guardia nos dio instrucciones
de que permaneciéramos calladas. Las voces se fueron apagando y un silencio
sobrecogedor se extendió por la sala.
Entonces lo oímos. Por encima de nuestras cabezas había gente luchando.
Intenté distinguir disparos, o cualquier cosa que nos dijera de dónde era ese
grupo. Sin darme cuenta había ido acercando a las chicas hacia mí, como si