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La Seleccion - Kiera Cass

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Me había elegido a mí para su primer beso.

Pensé en el Maxon al que había descubierto últimamente —el que siempre

tenía un cumplido a punto, el que me concedía el premio de una apuesta aunque

la hubiera perdido, el que me perdonaba cuando le hacía daño, física o

emocionalmente— y descubrí que mi opinión había cambiado.

Sí, aún sentía algo por Aspen. Aquello no podía evitarlo. Pero si no podía estar

con él, ¿qué era lo que me impedía estar con Maxon? Nada más que mis ideas

preconcebidas sobre él, que no se acercaban en absoluto a la realidad.

Me acerqué y le acaricié la frente con la mano.

—¿Qué estás haciendo?

—Estoy borrando ese recuerdo. Creo que podemos hacerlo mejor —bajé la

mano y me apoy é en él, de cara a la habitación.

Maxon no se movió…, pero sonrió.

—America, no creo que se pueda cambiar la historia —dijo, pero al mismo

tiempo cierta esperanza le iluminó el rostro.

—Claro que podemos. Además, ¿quién más va a saberlo, aparte de ti y de

mí?

Me miró un momento, preguntándose si aquello estaba bien. Poco a poco vi

que su expresión iba pasando de la prudencia a la confianza. Nos quedamos así,

mirándonos a los ojos, hasta que recordé lo que acababa de decir.

—Qué voy a hacerle, si he nacido perfecta —susurré.

Él se acercó, me pasó un brazo alrededor de la cintura, poniéndose justo

delante de mí. Su nariz me hacía cosquillas en la mía. Me pasó los dedos por la

mejilla con tal suavidad que por un momento temí venirme abajo.

—Nada, supongo que no puedes hacer nada —murmuró.

Maxon me cogió la cara con la mano y acercó sus labios a los míos,

dándome el más suave de los besos.

Aquella sensación de inseguridad hacía que el momento fuera aún más

bonito. Sin necesidad de decir una palabra, entendí la emoción que suponía para

él disfrutar de aquel momento, pero también el miedo que le provocaba. Y, por

encima de todo eso, supe que me adoraba.

Así que aquella era la sensación que producía ser una dama.

Al cabo de un momento, se separó y preguntó:

—¿Mejor?

Solo pude que asentir. Maxon parecía estar a punto de dar una voltereta hacia

atrás. Yo sentía algo parecido dentro del pecho. Era algo absolutamente

inesperado, demasiado rápido, demasiado extraño. Mi estado de confusión debía

de reflejárseme en la cara, porque Maxon se puso serio.

—¿Puedo decir algo?

Volví a asentir.

—No soy tan tonto como para creer que te habrás olvidado por completo de

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